Uno de los rasgos de la evolución de la economía española en el periodo pospandemia ha sido el positivo comportamiento del empleo. El número de ocupados supera el anterior a la crisis sanitaria desde finales del pasado año, y a lo largo de este año ha seguido creciendo, a pesar de que el PIB aún no ha recuperado el nivel de 2019, y a pesar de un contexto extremadamente desfavorable de inflación y crisis energética.
Es cierto que una parte importante del empleo creado ha sido empleo público, pero el empleo privado, medido a través del número de afiliados a la Seguridad Social, era en el tercer trimestre superior en 550.000 al del mismo trimestre de 2019. Y si excluimos el sector agrícola, único gran sector donde sí se ha registrado una caída en el número de ocupados, el incremento ha sido de 608.000.
Es probable que una parte de dicho crecimiento sea empleo sumergido que ha aflorado tras la pandemia, y, por tanto, no sería creación de empleo nuevo. No es posible saber con precisión a cuánto puede ascender su cuantía, solo podemos hacer estimaciones indirectas. El Plan Presupuestario presentado por el Gobierno en octubre recogía un cálculo, según el cual el empleo aflorado podría ascender a 285.000. Descontando esta cifra, aún se habrían generado unos 323.000 nuevos empleos en el sector privado no agrícola. Al mismo tiempo, numerosos sectores productivos reportan severas dificultades para cubrir sus vacantes.
Otro desarrollo positivo de este periodo es que prácticamente todos los trabajadores que se acogieron a los ERTE durante la crisis sanitaria han sido ya reabsorbidos, desmintiendo los temores iniciales a que una parte importante de ellos estuvieran condenados a perder su puesto de trabajo por la inviabilidad de sus empresas tras meses de restricciones.
A diferencia de lo ocurrido con el número de personas ocupadas, el número total de horas trabajadas ha descendido, aunque ligeramente: en el tercer trimestre era un 0,8% inferior a la cifra prepandemia. Esto significa que el número medio de horas trabajadas por ocupado se ha reducido. Podría pensarse que la explicación a esta evolución divergente de las horas trabajadas y el número de empleos se encuentra en que los nuevos puestos de trabajo son a tiempo parcial, pero no es así. Tanto las cifras de la Encuesta de Población Activa como las de afiliados arrojan un descenso en el número de empleos a tiempo parcial, de modo que todo el empleo neto creado a lo largo de este periodo ha sido a tiempo completo.
En cualquier caso, pese a su ligero descenso, la evolución de las horas trabajadas ha sido mejor que la del PIB, ya que este aún se encuentra un 2% por debajo del nivel de 2019, y sigue siendo destacable que las empresas españolas hayan incrementado sus plantillas sin que el número de horas se haya recuperado. También resulta llamativo este descenso en el número medio de horas trabajadas por ocupado cuando existe escasez de mano de obra. A su vez, esta escasez parece, en principio, difícil de conjugar con una tasa de desempleo de dos dígitos. En suma, la evolución del mercado laboral está conformada por un conjunto de piezas que no sabemos muy bien como encajar entre sí.
La buena marcha del empleo y la escasez de mano de obra pese al complicado contexto actual no es algo exclusivo del mercado laboral español, sino que es un fenómeno generalizado en los países de nuestro entorno –en la eurozona la tasa de paro se encuentra en su mínimo histórico–, si bien en otros países el crecimiento del empleo pospandemia no ha estado desligado del crecimiento de la actividad económica, ya que prácticamente todos han recuperado, y superado, el PIB de 2019. El principal rasgo distintivo de España es que el buen comportamiento del mercado laboral coexiste con una recuperación incompleta del PIB.
Según el avance de datos de afiliación comunicado por el Ministro de Inclusión, la tendencia favorable se mantiene en noviembre, pese a que hay indicios de que la economía puede haber entrado ya en recesión. Esta fortaleza del empleo –aunque no sepamos muy bien cómo explicarla– supone un elemento de optimismo de cara a la crisis que se avecina. Unido a la posibilidad de recurrir a los ERTE, el hecho de que en muchas actividades las plantillas son ahora mismo insuficientes, y la inexistencia –a diferencia de la crisis de 2008– de una burbuja que haya elevado la actividad por encima de lo sostenible, permite concebir la esperanza de que el impacto de la crisis energética sobre el empleo sea poco relevante, al menos en 2023, y siempre que no se agudicen las tensiones en los mercados energéticos.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión.