En los últimos tiempos la crisis internacional de suministros está dando señales de amainar, alejando los peores augurios para el próximo invierno. Los mercados de materias primas, principal factor del actual brote de inflación, han registrado caídas generalizadas de precios. El índice sintético del Banco Mundial de precios energéticos se ha reducido un 11% desde primavera (con datos de octubre versus abril-junio). La misma fuente apunta a una caída de la cotización de los productos agrícolas (-12% durante el mismo periodo) de los fertilizantes (-8%) y de los metales y minerales (-13%). Una tendencia similar se observa en los costes del transporte internacional y de los componentes electrónicos.
El abaratamiento de los suministros está aportando un balón de oxígeno a nuestro tejido productivo y al bolsillo de las familias. Ya se refleja en la industria, que es el eslabón más expuesto a la crisis de suministros: el índice de precios industriales no energéticos apenas ha crecido un 0,9% desde junio, siete veces menos que durante los meses posteriores a la invasión de Ucrania.
El coste de la vida también se beneficia del frenazo de los mercados de materias primas y de la excepción ibérica. Los componentes del índice relativos a la electricidad, el gas y los carburantes se han abaratado desde el verano, cuando explicaban directamente más de la mitad del incremento del IPC registrado hasta entonces (el impacto total sigue siendo superior, habida cuenta de los efectos indirectos en la cadena productiva, especialmente la alimentaria, muy dependiente del transporte y de los fertilizantes).
Conviene, sin embargo, analizar la desescalada con cautela, porque puede deberse a la desaceleración de la demanda global —y no solo a una elevación de la oferta por parte de los países productores—. La cuestión es determinante, ya que, a falta de una fuerte respuesta de la producción de materias primas, sobre todo energéticas, la economía se enfrentará tarde o temprano a fenómenos de escasez que inexorablemente redundarán en precios más altos y en un menor crecimiento de la actividad. El Banco Mundial prevé una presión sostenida de los precios de los recursos naturales durante los próximos años. Así pues, pese a los descensos recientes, la energía sería todavía un 72% más cara en 2023 que antes de la pandemia, y las materias primas no energéticas un 39%.
Por otra parte, la inflación sigue extendiéndose por el tejido productivo. Si bien los tan temidos efectos de segunda ronda son tenues por el lado de los salarios, los márgenes se están incrementando en términos medios. Esto podría dar lugar a efectos en cascada, sobre todo a principios de año que es cuando se fijan las tarifas de venta para el resto del ejercicio en algunos sectores.
En todo caso, la inflación subyacente (sin alimentos frescos ni energía) se mantiene en niveles elevados sin que de momento se aprecien señales claras de retroceso. Además, el brote inflacionario se ha amplificado: la mitad de los precios que componen el IPC crecen a un ritmo superior al 6%, y solo uno de cada cinco lo hace por debajo del objetivo del BCE del 2%.
Con todo, la inflación importada y de costes energéticos está dando un respiro transitorio que sin duda se percibirá en los datos de IPC de los próximos meses. Pero la desescalada de los precios internos, es decir, de la inflación subyacente, será mucho más lenta. Por tanto, es probable que el BCE se mantenga en guardia durante un tiempo prolongado, y que proceda al menos a dos rondas adicionales de subidas de tipos de interés. Veremos cómo reacciona la economía al ajuste. De momento las previsiones de los principales organismos internacionales apuntan a un impacto relativamente asumible y concentrado en el tiempo. Mirando más allá, el mantenimiento de precios altos, además de volátiles, nos aboca a importantes cambios del modelo productivo.
PRECIOS | El índice de precios industriales (IPRI) redujo en octubre su crecimiento interanual hasta el 26,1%, desde el 35,6% del mes anterior, gracias a la bajada de los precios energéticos y a la moderación de los no energéticos. Esto significa que las tensiones inflacionistas se están relajando en las fases iniciales de la cadena de producción, como consecuencia de la caída de los precios de las materias primas y de la suavización de los cuellos de botella. La tendencia aún tardará en trasladarse a las tarifas de los productos terminados y al IPC.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.