Desde el inicio de la recuperación, la economía española viene generando un superávit de sus intercambios con el exterior, lo que permite contener la abultada deuda externa que se había acumulado durante la época de la burbuja de crédito, y de esta manera hacernos menos vulnerables ante los vaivenes de los movimientos internacionales de capital. Recordemos que en el pasado todas las recesiones han venido de la mano de la aparición de un fuerte desequilibrio de las cuentas externas. Por ello, la acusada contracción de ese superávit registrada en 2018 (10.100 millones de euros, menos de la mitad del año previo) debería preocupar. A este ritmo, el colchón de seguridad que garantizaba la solidez de la expansión desaparecerá en poco tiempo.
Además, esta reducción del superávit externo refleja un debilitamiento inesperado de la posición exportadora de nuestras empresas, y no el encarecimiento de las importaciones por causas ajenas a nuestra voluntad, como el alza del petróleo (la factura importadora se ha incrementado un 4,6%, en línea con lo que cabría esperar teniendo en cuenta la buena marcha de la economía).
Es verdad que el entorno internacional se ha vuelto menos benévolo por el recrudecimiento de las tensiones proteccionistas, la desaceleración de China, la crisis de los emergentes o el riesgo de un Brexit caótico. También es cierto que ningún país europeo ha logrado aislarse de esas turbulencias.
«Sorprende la anemia que parece haberse apoderado de nuestro sector exportador, uno de los más pujantes en Europa durante el trienio de la recuperación 2014-2017. Tampoco la ralentización de las exportaciones se puede explicar por un encarecimiento de nuestros productos».
Sin embargo, los datos más recientes muestran que el frenazo del sector exportador español ha sido relativamente pronunciado. En 2018 el valor de las ventas de bienes en el exterior se incrementó apenas un 2,9% (a la vez que se estancaron en volumen) y el parón también se notó en el turismo. En Alemania, Francia y la zona euro en general, que se enfrentaban a las mismas condiciones internacionales, las exportaciones han avanzado a tasas superiores.
Gráfico 1
Sorprende, por tanto, la anemia que parece haberse apoderado de nuestro sector exportador, uno de los más pujantes en Europa durante el trienio de la recuperación 2014-2017. Tampoco la ralentización de las exportaciones se puede explicar por un encarecimiento de nuestros productos, que se volverían menos competitivos. Los costes laborales unitarios evolucionan con más moderación que en los países de nuestro entorno, como lo vienen haciendo desde los años centrales de la crisis.
Gráfico 2
Lo que sí parece haber pesado es el ajuste del sector del automóvil como consecuencia de los cambios regulatorios tanto en España como en el resto de países europeos. Parece que las incertidumbres en torno a las normas medioambientales, junto con el lanzamiento de nuevas líneas de producción de coches eléctricos, han afectado a las cadenas de producción y los canales de exportación. En principio, este debería ser un efecto transitorio, de modo que cabe esperar una recuperación de la actividad de este sector a medida que se adapta.
Otro factor, más estructural, es la débil presencia en los mercados de bienes y servicios con alto contenido tecnológico. Estos son los que más crecen en el ámbito mundial y también los que ofrecen mayor potencial de incremento de la productividad. Según los datos de Eurostat para 2017, último año disponible, las ventas de productos con alto contenido tecnológico ocupan el 6% del total de exportaciones españolas, mientras que esa proporción oscila entre el 15% y el 22% en países como Alemania, Francia y Holanda.
Con todo, el superávit resiste y la economía se ha internacionalizado. Además, se mantiene el atractivo para los inversores internacionales, que apuestan por el largo plazo. Las entradas de inversión directa extranjera, que es la que más incidencia tiene sobre la economía real, se multiplicaron por casi seis durante el pasado ejercicio, hasta alcanzar 38.000 millones de euros. A la inversa, se moderan los flujos de entrada de capital a corto plazo, los más volátiles. Fruto de ello, la financiación de la deuda externa es algo más estable. La clave está en la adaptación del sector exportador a un entorno internacional y tecnológico en profunda mutación.
Fuentes de los gráficos: Funcas, Eurostat y AMECO.