Tras la crisis financiera global de 2008, se puso el foco en el papel de la educación financiera, como estrategia de prevención de comportamientos económicos no deseados, pero a la vez como mecanismo inclusivo y de oportunidad para la participación económica de todos los ciudadanos. Es una tarea que debe congregar a gobiernos, autoridades financieras, patronales bancarias y numerosas organizaciones sociales con diferentes actividades y programas de educación financiera. El profesor José Luis Sampedro, hace décadas, señaló certeramente la necesidad de adquirir una buena formación financiera. En el preámbulo de la versión en español del manual de Economía del Nobel Paul Samuelson, Sampedro indicaba que aunque nuestro sistema educativo enseñaba al alumnado las propiedades de la calcopirita, cuando la mayoría de las personas jamás se toparía con ella en su vida adulta, en cambio, no se les explicaba apenas nada sobre la economía, las entidades financieras y su funcionamiento, con los que tendrían que lidiar continuamente —con una relación de largo plazo— desde el fin de sus estudios. Buen ejemplo de ello es la duración de la hipoteca media en este país, cerca de los 24 años, muy superior a la del matrimonio medio que se disuelve, en promedio, en torno a los 16 años.
Varias décadas después, la economía sigue teniendo una presencia marginal en las enseñanzas obligatorias, y la mayoría de los alumnos salen de la misma sin conocer conceptos financieros básicos. Y todo ello a pesar del acelerado proceso hacia un creciente peso de las noticias y decisiones económicas en nuestras vidas. El intenso uso de conceptos como la prima de riesgo o la inflación, hasta la aparición de inversiones nuevas, como los criptoactivos, hace muy necesaria la formación financiera para poder navegar en esas aguas, frecuentemente turbulentas.
Una buena formación financiera, además, hace a la sociedad más impermeable a los “cantos de sirena” de los partidos insurgentes y sus extravagantes propuestas económicas, generalmente la autopista más rápida al desastre. Algunas de esas recetas populistas han sido el desmantelamiento del banco central o, incluso en Europa, la salida del euro. A la hora de la verdad son medidas que no se suelen terminar adoptando, pero que se emplearon para cautivar a un electorado, en muchos casos, con insuficiente educación económica.
La digitalización ha aumentado la competencia en el sector financiero, con la entrada de las empresas fintech y las grandes tecnológicas, multiplicando el “bufé” de oportunidades para invertir el ahorro de toda la ciudadanía, que ahora tiene acceso a productos financieros que antes solo disfrutaban las clases de mayor renta. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, que siguen contando con un asesoramiento profesional y personalizado, los demás deben confiar en sus propios conocimientos para optimizar su cartera de inversiones.
Los mejorables resultados del reciente Informe PISA para España tienen lógicamente implicaciones para la educación económica, pero centrándonos en una evidencia más específica, las conclusiones de la última Encuesta de Competencias Financieras del Banco de España nos dibuja como una sociedad con limitados conocimientos financieros. Solo un 19% de los encuestados consiguieron responder satisfactoriamente a las tres preguntas básicas sobre la inflación, un tipo de interés fijo anual y la diversificación en una cartera. Malos resultados que confirman los del estudio Monitoring the level of financial literacy in the EU, de la Comisión Europea, publicado el pasado julio, que concluía que nuestros conocimientos financieros estaban claramente por debajo de la media de la Unión. Además, según este mismo estudio, nos encontramos entre los europeos menos cómodos a la hora de usar los omnipresentes servicios digitales financieros.
Una formación financiera deficiente influye negativamente en la equidad. Por ejemplo, dando lugar a un menor rendimiento de los ahorros de aquellos más desventajados, aumentando las desigualdades. Y, por supuesto, en un escenario más pesimista, una población con insuficiente educación financiera aumentará la probabilidad social de eventos devastadores, como inversiones multitudinarias en productos que finalmente son verdaderas estafas piramidales, ya sean en colecciones de sellos o muchos criptoactivos. Además de hacer más vulnerables a la ciudadanía frente al creciente número de ciberdelitos financieros. Una insuficiente educación financiera también empeora las condiciones de los préstamos y limita aún más la frontera de las posibilidades de consumo de los ciudadanos con rentas más bajas. Por ejemplo, desconocer las implicaciones de las hipotecas a tipo de interés variable puede causar graves perjuicios personales.
En resumen, una mejor planificación financiera, fundada en los conocimientos adquiridos, disminuirá las demandas de intervención financiera o de rescate de familias sobreendeudadas. Por lo que la educación financiera es también una buena estrategia de predistribución de la renta. En este contexto, parece oportuno seguir reforzando los programas de educación financiera a la vez que es necesario evaluar de manera independiente los planes de educación financiera que Banco de España y CNMV —junto a patronales bancarias y otras instituciones— llevan desarrollado desde 2008, para poder identificar las mejores prácticas que permitan la universalización de estos tan necesarios conocimientos económicos.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.