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Riesgo de recaída

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En Europa aún pesa el recuerdo de aquella segunda recesión que, impulsada por el riesgo soberano, agudizó la crisis en un buen número de países en 2012, castigando de forma particular a los del sur. Desde entonces, la eurozona es un paciente acostumbrado a vivir con un tratamiento médico intensivo. Cuando parecía que parte de la prescripción farmacéutica iba a ser prescindible, nuevas señales de debilidad lo imposibilitan. Las decisiones adoptadas por el Banco Central Europeo la semana pasada sugieren que es necesario evitar una nueva recesión a toda costa. Ponen también de manifiesto la incapacidad para salir de una situación de anormalidad financiera que ya dura mucho tiempo. Saben en el BCE que hay riesgo de recaída de la economía de la eurozona, enganchada a su oxígeno monetario.

«En el BCE no ven claro que la economía europea pueda sacarse del bolsillo los 700.000 millones de euros que ahora tienen los bancos en financiación a largo plazo. De ahí ese nuevo TLTRO-III (liquidez para evitar que se hunda el crédito)».

Hace un año se pensaba que la eurozona crecería un 1,8% en 2019 y esta previsión se ha rebajado ya hasta el 1,3%. La pérdida de fuelle en otras áreas, como Estados Unidos, ha sido más leve, con un crecimiento esperado (2,4%) que casi dobla al europeo. Sorprende la ausencia de mensajes críticos de los miembros más al norte del área de la moneda única, donde los ahorradores están hasta el gorro de tipos reducidos que no les rinden. Pero Alemania, el máximo exponente, es también uno de los países que más sufren las tensiones comerciales y de los que más agarrotados están por si las cosas se complican con el Brexit. Lejos de la creencia popular, el BCE también apoya a Alemania. El 23,8% (medio billón de euros) de la deuda pública comprada desde Fráncfort es alemana.

La inflación anda de parranda, nadie la encuentra. Y ahí aparece Draghi señalando que las subidas de tipos de interés tendrán que esperar, al menos, hasta 2020. Quedará para siempre como el presidente del BCE de la expansión cuantitativa porque, cuando tocaba desmantelarla, le da otra vuelta de tuerca que abarca temporalmente más allá de su mandato. El reto del verdadero desmantelamiento de la expansión cuantitativa queda para su sucesor. En el BCE no ven claro que la economía europea pueda sacarse del bolsillo los 700.000 millones de euros que ahora tienen los bancos en financiación a largo plazo. De ahí ese nuevo TLTRO-III (liquidez para evitar que se hunda el crédito). Tampoco ven que los países periféricos estén muy preparados para asumir un mayor coste de la deuda, por mucho que fastidie a los ahorradores del norte. Y no hacen falta gafas para apreciar la preocupación en Fráncfort por la situación de Italia y, en particular, de su banca. El del posible aumento del coste de la deuda es un problema global. Es llamativo que las instituciones supervisoras a escala global hayan iniciado un procedimiento de análisis de cuestiones tan delicadas como el riesgo de los préstamos apalancados. Los menos beneficiados de las últimas decisiones del BCE, sin embargo, son los bancos. El crédito que pueden dar es el que permite la liquidez oficial, pero sin apenas rentabilidad. Bajos tipos, bajos márgenes. Puede que no haya recaída, pero tampoco ánimo.

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