Los meses pasan y el estado de alarma vuelve. Mientras, problemas básicos en la gestión de la crisis sanitaria permanecen. La forma en que se implantan medidas y se comunican a los ciudadanos sigue incurriendo en los mismos tres pecados originales. La recuperación del eslogan “quédate en casa” es buena muestra de ello.
Primer pecado: no se evalúan ni reconsideran las medidas, aunque haya dudas sobre su eficacia
La novedad de la pandemia ha supuesto que muchas de las medidas que se han tomado no contaban aún con una evidencia empírica sólida sobre cuál sería su eficacia cuando se llevaran a la práctica. Sin embargo, en la implantación de restricciones no se han propuesto horizontes para su evaluación y reconsideración. Un ejemplo muy ilustrativo es el del establecimiento de la obligatoriedad de la mascarilla al aire libre incluso cuando se puede mantener la distancia de seguridad. En la segunda semana de julio la Generalitat implantó esta medida, entonces única en Europa, y el resto de comunidades la copiaron en cascada.
La evidencia preliminar disponible hasta el momento cuestiona el impacto que esta norma haya podido tener para frenar el aumento de casos (gráfico 1). Mientras en España se mantenía esa restricción y la epidemia se expandía, el número de nuevas infecciones permanecía bajo en casi todos los países europeos (gráfico 2) donde no existía tal norma ni se utilizaba mayoritariamente la mascarilla al aire libre de forma voluntaria. A pesar de estas evidencias parciales y de la insistencia de la comunidad científica en la importancia de realizar una evaluación independiente de la gestión de la crisis, no se ha dado ningún paso en ese sentido, ni sobre esta medida ni sobre ninguna.
La copia de medidas ha sucedido también entre países, como se ha puesto de relieve al inicio del otoño con el aumento de los casos en el resto del continente europeo. Italia, Grecia y algunas ciudades francesas han implantado la obligatoriedad generalizada de la mascarilla. Tras la imposición del toque de queda en algunas regiones francesas, varios países lo han establecido también, entre ellos España. Sin embargo, la evidencia de que los toques de queda por sí solos son eficaces para combatir los contagios es aún débil. Aunque parece que han sido efectivos en algunos países (la mayor parte en desarrollo, como Jordania o Kenia), en otros o bien no ha tenido ningún efecto sobre el crecimiento de casos (Israel) o si lo ha tenido es difícil de diferenciar del efecto de otras medidas decretadas al mismo tiempo (la Guyana Francesa o Melbourne). Convendría que en este nuevo estado de alarma las autoridades españolas se plantearan la evaluación y reconsideración de las nuevas normas en función de sus resultados.
Gráfico 1
Nota: Los círculos en las series representan la fecha de inicio de la obligatoriedad generalizada de la mascarilla al aire libre en cada comunidad.
Fuente: Ministerio de Sanidad.
Gráfico 2
Fuente: Our World in Data.
Segundo pecado: no incorporamos nuevos conocimientos
El segundo pecado es precisamente la nula adaptación de la gestión de la crisis a los cambios. Una vez que se aprende algo, no se reconsidera. No cabe duda de que el eslogan “quédate en casa” y la profunda reducción de la movilidad funcionaron durante el confinamiento para reducir la expansión de los casos. Sin embargo, una vez inmersos en la desescalada una menor movilidad no ha significado por sí sola una mejor evolución de la epidemia.
Baste tener en cuenta que durante el verano la peor situación epidemiológica de España frente a otros países comunitarios (gráfico 2) se produjo a pesar de que la movilidad había crecido menos tras el confinamiento que en los países vecinos, según datos de Google Mobility Report. Tal y como ilustran los gráficos 3, 4 y 5, esto ha sucedido así en la movilidad de distintos tipos (a tiendas y restaurantes, a parques y playas, y a lugares de trabajo). Por otra parte, con la llegada del otoño los casos han aumentado en la mayor parte de países europeos al mismo tiempo que se reducía la movilidad. Esta pauta sugiere que no es quedarse en casa lo que hace disminuir los casos, sino que los encuentros sociales se realicen en condiciones de seguridad, sean donde sean (y serán seguros con más probabilidad si se realizan al aire libre).
No puede pasarse por alto que en el resto de Europa la comunicación tras el confinamiento incidió decisivamente en la importancia de los espacios abiertos y la ventilación. Por ejemplo, este artículo en The Guardian de mediados de agosto se planteaba qué pasaría con el nuevo hábito británico de pasar tiempo al aire libre cuando llegara el otoño. En Grecia, la celebración de misas al aire libre se ha extendido. En el contexto europeo la escasa presencia de las recomendaciones sobre los espacios abiertos y la ventilación ha sido una excepción española y, de hecho, no ha estado encima de la mesa hasta que no se ha acercado el otoño. Esta atención corre el riesgo de desvanecerse con la vuelta a la recomendación de quedarse en casa.
La conversación pública se ha aferrado a la evidencia del resultado del confinamiento de la primavera, sin atender al hecho de que, desde la desescalada, la relación entre la reducción de la movilidad y la de los casos ya no parece tan directa. El foco se ha centrado en cuánto debe reducirse la movilidad, en lugar de en el cómo y en el dónde. En consecuencia, se han dejado de lado políticas que fomentaran que la nueva normalidad se desarrollara en condiciones seguras. Por ejemplo, no se han ofrecido subvenciones para la compra de pérgolas y calefacciones de exterior para restaurantes, ni para la adquisición de purificadores de aire con filtro HEPA o medidores de CO2 para comprobar si un espacio cerrado está convenientemente ventilado. Una buena gestión de un fenómeno nuevo y cambiante necesita la incorporación continua de nuevos conocimientos. Aferrarse a lo aprendido como si de un mantra se tratara no sirve de nada.
Gráficos 3, 4 y 5
Fuente: Elaboración propia con datos del Informe de movilidad de Google (extraído el 25/10/2020).
Tercer pecado: mensajes simples, sin didáctica ni contenido
Esta rigidez en la toma de decisiones y en los mensajes bebe del tercer pecado: la comunicación de las restricciones atiende más a su forma que a su sentido. Se ha desistido de explicar adecuadamente las medidas y, por lo tanto, de tratar a la población como personas adultas. Puede que la estrategia de simplificar las normas busque facilitar su seguimiento, pero también las hace poco flexibles. En el caso que nos ocupa, la ausencia de una buena explicación acompañando la insistencia en la restricción de la movilidad durante el confinamiento hizo más difícil cambiar la recomendación durante la desescalada y fomentar las actividades en espacios abiertos. Si no se han entendido las razones de una norma, tampoco se puede comprender que se cambie.
En esta vuelta a la recomendación de no salir del domicilio se acude de nuevo a un lenguaje simplista que no contribuye a que la población entienda dónde está el riesgo de contagio y por lo tanto sepa cómo aplicar la norma de acuerdo con sus circunstancias. Ceñirse al eslogan de “quédate en casa” conlleva no salir a dar paseos, a pesar de los beneficios que reportan y el nulo riesgo de contagio. “Quédate en casa” implica que muchos abuelos recibirán la visita de sus nietos en sus hogares, cuando sería más conveniente recomendar que se encontraran en un parque. “Quédate en casa” significa que no se tiene en cuenta el modo en que la población incorpora a su vida cotidiana mensajes vacíos que no se han explicado. “Quédate en casa” expresa la carencia de una visión amplia de las consecuencias a largo plazo para la salud física y mental de la población.
A lo largo de estos meses, medida y restricción se han convertido en sinónimos. La demanda de más iniciativa a los poderes públicos se ha centrado en la necesidad de más rastreadores y medios materiales y humanos en el sector sanitario. Pero hay mucho margen para ir más allá: evaluar las medidas tomadas y reconsiderarlas si es necesario, incorporar de forma sistemática esos nuevos conocimientos y explicar adecuadamente el sentido de las medidas a los ciudadanos. Estos cambios contribuirían a mejorar la gestión de la pandemia y a que los ciudadanos recuperen la confianza en las normas. No es necesario confesar o expiar estos tres pecados. Solo hay que dejar de cometerlos.