La crisis se ha quedado con los jóvenes. Ha atrapado a un par de generaciones con incentivos distorsionados que comprometen su futuro. En la celebración de 60 años del proyecto europeo se nos recuerda que ya son tres generaciones las que han vivido en una Europa sin guerra, un logro muy positivo. Sin embargo, podemos considerar a esas tres generaciones como parte de un experimento social y tratar de responder a la pregunta: ¿Qué sociedad se ha construido en un tiempo de paz prolongada? En muchos casos se han desarrollado economías del bienestar pero, en la mayoría de ellos, no se ha planteado su sostenibilidad a largo plazo. Ahora no puede culparse sólo a la crisis.
No es que haya cambiado la forma en que se contribuye y se recibe del Estado, ha aumentado la desigualdad intergeneracional. En España, por ejemplo, el mercado de vivienda se ha desarrollado de forma que mientras que la multipropiedad es un hecho común para los nacidos antes de 1960, el acceso a una sola vivienda es casi una quimera para los que vinieron al mundo treinta años después. Un tercio de los españoles menores de 35 años viven en casa de sus padres. La crisis no ha hecho sino destapar la debilidad relativa de los tramos generacionales. La Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España sugiere que la renta de los hogares cuyo cabeza de familia cuenta con menos de 35 años descendió un 22,5% entre 2011 y 2014. La renta de los hogares encabezados por un jubilado aumentó un 11,3% en ese periodo.
«La ocupación aumentará pero los salarios seguirán siendo reducidos. Un problema que afecta ya a casi todas las sociedades avanzadas. Y que explica, además, parte de la gran brecha en opiniones políticas con tan sólo una generación de por medio».
El problema no es sólo que la estructura de la sociedad de bienestar se haya ido desequilibrando. Es también que su insostenibilidad se prolonga en medio de una ausencia informativa. Que no se haya acometido ya una reforma seria de las pensiones sólo puede explicarse por la miopía existente respecto a los problemas de largo plazo o por su escaso rédito electoral. No se quiere decir, por ejemplo, que la pensión media que se cobra hoy en España excede (significativamente) a la contribución media que se ha realizado para obtenerla. Por supuesto, algo tan bueno como el aumento de la esperanza de vida lo explica en buena parte, pero se podría haber previsto mejor. Sin cambios urgentes, esa factura la terminarán pagando los jóvenes a los que, en el mejor de los casos, les afectará el caso contrario. Involuntaria insolidaridad intergeneracional.
Por supuesto, el ajuste no lo pagan sólo los jóvenes pero en ellos recae lo más duro del mismo y una tétrica ausencia de perspectivas. La ocupación aumentará pero los salarios seguirán siendo reducidos. Un problema que afecta ya a casi todas las sociedades avanzadas. Y que explica, además, parte de la gran brecha en opiniones políticas con tan sólo una generación de por medio. Y no ya en cuestiones de base ideológica sino en otras que comprometen también su futuro. Como en el caso de un Reino Unido con jóvenes europeístas condenados sin embargo al Brexit por el voto de sus mayores. Los jóvenes esperan una sociedad que les devuelva los incentivos. Asisten atónitos a la defensa de los privilegios aún en sectores (estibadores, por ejemplo) mientras que se preguntan quién se preocupa por ellos.