El incremento de la renta de las familias está aportando un inesperado balón de oxígeno a la economía. Descontando la inflación, los ingresos de los hogares españoles han aumentado un 3,5% este año (estimación con datos hasta el segundo trimestre), un resultado con pocos precedentes desde que existen datos armonizados. Por comparación, la fase de recuperación se saldó con un incremento muy inferior (cerca del 2% en media anual), que apenas compensó el hundimiento provocado por la crisis.
Los ingresos familiares también repuntan en el resto de Europa, especialmente en Francia, fruto de las medidas de compensación frente a las revueltas de los chalecos amarillos, y en menor medida en Alemania, Italia y Reino Unido. Y es que Europa sigue creando empleo pese a la ralentización, mientras que los sueldos van recortando el terreno perdido durante la recesión. En España, por ejemplo, la remuneración media por asalariado crece a un ritmo anual cercano al 2%, el máximo en una década.
Gráfico 1
Gráfico 2
El resultado es un alza sostenida del consumo privado, variable clave por representar en torno a seis de cada diez euros generados por la economía, algo que compensa parcialmente el deterioro del contexto internacional. Este es un resultado que no se anticipaba, porque se confiaba en que otras fuentes de estímulo de la actividad tendrían un protagonismo destacado. Así pues, ante el frenazo mundial, algunos analistas esperaban un mayor protagonismo de los presupuestos públicos para animar la demanda interna y así contrarrestar la anemia de las exportaciones. Sin embargo, el panorama económico divulgado por el BCE esta semana apunta a que los responsables de la hacienda están frustrando esas expectativas, incluso en los países que gozan de una posición fiscal cómoda. Algo que confirma anteriores diagnósticos, que muestran que la política fiscal jugará un papel casi nulo en apoyo a la coyuntura.
También se pensaba que las nuevas dosis de estímulos monetarios, que se confirman con Christine Lagarde a la cabeza de la política monetaria, impulsarían el crecimiento gracias a la mejora de las expectativas de los inversores. No obstante, a pesar del abaratamiento del crédito, la evolución de los principales índices de confianza, —como los PMI de gestores de compra, la entrada de pedidos en la industria y los indicadores de sentimiento económico—, sigue siendo desfavorable. Una tendencia que se refleja en la inversión empresarial, afectada por el pesimismo y el desplome del comercio internacional. Y es que las empresas, tanto españolas como europeas, ya no consideran el acceso al crédito, ni su coste, como un obstáculo a su actividad, como lo avala la última encuesta del BCE sobre la financiación empresarial.
Nada parece indicar un cambio en las principales orientaciones de la política monetaria, que seguirá siendo marcadamente expansiva, y la fiscal, neutra, —es decir, con escasa incidencia sobre el ciclo—. Por tanto, el crecimiento dependerá otra vez del papel estabilizador de los ingresos de las familias. Si bien estos se incrementarán todavía a un ritmo moderado, sosteniendo el consumo privado tanto en España como en el conjunto de la zona euro, la base del crecimiento es demasiado estrecha. Porque la inversión acusa el frenazo, afectada por el fuerte deterioro de las expectativas, y la productividad se ha estancado.
Un acuerdo en torno al conflicto comercial entre China y EE UU, y la perspectiva de una salida pactada del Reino Unido serían de gran ayuda para recuperar la confianza. Pero, como en el caso de la política fiscal europea o del fortalecimiento institucional del euro, que avanzan a una lentitud desesperante, conviene no depositar todas las esperanzas en soluciones externas. Tampoco cabe la autocomplacencia. Los principales pilares de nuestra expansión –elevados excedentes empresariales, posición competitiva, bucle virtuoso entre creación de empleo, renta familiar y consumo privado— si bien parecen sólidos, acabarán por agotarse, a falta de la puesta en marcha de reformas de calado.
Fuentes de los gráficos: INE, Eurostat y Funcas (deflactado).