El INE indicó esta semana que la inflación se ha situado en el 0,5% en julio, un nivel muy reducido del que adolece el resto de la eurozona también. Inquietante cuando los bancos centrales son referencia única del discurso económico postcrisis. Parecen una deidad afectada por una maldición sobre su oráculo, la inflación. La evolución de los precios debería ser (así fue durante mucho tiempo) el termómetro sobre el cual se mide cuánta fiebre dejamos tener a la economía. La idea es cómo enfriar o calentar el cotarro, entre otras cosas subiendo o bajando los tipos de interés. La inflación, no obstante, se perdió y no ha vuelto. Y además, no como los banqueros centrales habían previsto que lo haría.
«Mario Draghi asegura que hará lo que sea preciso para que la inflación vuelva. Es una versión 2.0 del “haré lo que sea posible” de 2012. En esta ocasión no es por salvar el euro, es porque los precios suban. Aunque esta visión del BCE sigue siendo generalmente bien recibida, han aumentado las voces discordantes».
Santiago Carbó
Visto que dejar los tipos de interés por los suelos e inyectar liquidez a mansalva no ha sido suficiente, las autoridades monetarias se enfrentan (y todos con ellos) a una delicada disyuntiva. El Banco Central Europeo (BCE) especialmente, porque no ha tenido oportunidad de alejarse del lado expansivo de su política. Por un lado, está la opción, que parece imponerse, de seguir por el mismo camino. Lo que ocurre es que esa senda es ya rara e inédita e incluye establecer tipos de interés negativos y prolongar las facilidades de liquidez por mucho tiempo. Tal vez demasiado como para hacer posible desengancharse después. Por otro lado, está la opción de reconocer que se han cometido errores de previsión y que es preciso cambiar el modelo. Esto es más complicado, pero algo hay de contrición porque el propio BCE se está planteando cambiar el objetivo de inflación. Es un propósito de enmienda a medias porque equivale a reajustar el objetivo para que el modelo siga teniendo sentido: fijar un objetivo de inflación más alto para poder aumentar el calibre del bazuca.
La dialéctica de un Mario Draghi que está de salida se ha endurecido en las últimas comparecencias. Habla de que las cosas están lejos de ir como se esperaba y, al tiempo que reconoce una honda preocupación, vuelve a asegurar que hará lo que sea preciso para que la inflación vuelva. Es una versión 2.0 del “haré lo que sea posible” de 2012. En esta ocasión no es por salvar el euro, es porque los precios suban. Aunque esta visión del BCE sigue siendo generalmente bien recibida, han aumentado las voces discordantes. Los críticos señalan que el BCE no tiene en cuenta que los tipos bajos apenas están teniendo efectos reales o inflacionarios y, sin embargo, distorsionan mucho la actividad bancaria y la formación de precios en los mercados financieros. Asimismo, puede ser que el problema esté en muchos servicios donde los costes marginales están cayendo (y, con ellos, los precios) y no tanto en los costes de financiación o en la liquidez. Por otra parte, los tipos negativos pueden introducir otras distorsiones reales, como penalizar los depósitos o desplazar más demanda especulativa a vivienda, dificultando aún más el acceso a la misma. Si dentro de un año la inflación no ha vuelto ¿qué habrá que cambiar?