La tasa de inflación tocó techo en julio y desde entonces ha descendido con relativa rapidez hasta el 5,7%. Esta tasa sigue siendo superior a cero, porque los precios siguen siendo superiores a los del año anterior, pero el IPC se mantiene desde agosto estable, con pequeños altibajos. Independientemente de cuales sean los determinantes macroeconómicos últimos del proceso inflacionista, su análisis desde la perspectiva más inmediata de la evolución de los componentes del IPC resulta de gran interés. Así, dicha estabilidad del IPC desde agosto significa que la cesta de la compra, que engloba todos los bienes y servicios adquiridos por el consumidor (medio), no se ha encarecido desde entonces, pero este resultado esconde una evolución contrapuesta de los diferentes grupos de productos que la integran.
Por una parte, los precios de los productos energéticos se han reducido –el de la electricidad fue en diciembre un 41% inferior al máximo de agosto, el del gas un 7% y el de los combustibles un 11%–. Pero, por otra parte, los precios de los alimentos han seguido ascendiendo, especialmente los elaborados. También se han seguido encareciendo, aunque de forma más moderada, los bienes manufacturados, mientras que el índice que engloba los precios de los servicios se ha mantenido, más o menos, estable.
Es decir, desde el verano, el encarecimiento de los alimentos y de otros bienes se ha compensado con el abaratamiento de los productos energéticos, de tal modo que la cesta total de la compra nos costaba en diciembre más o menos lo mismo que en agosto. Aun así, no lo olvidemos, era un 5,7% más cara que un año antes, y un 13% más cara que antes de que se iniciara la escalada inflacionista en 2021.
Es difícil que la estabilidad del precio de la cesta de la compra en la segunda mitad del año se vaya a prolongar a lo largo de 2023. Por una parte, los precios de los productos energéticos van a seguir mostrando una gran volatilidad, y por tanto existe un riesgo de que las tensiones en el mercado del gas se reproduzcan en algún momento a lo largo del año. El desvío de la demanda europea desde Rusia, que fue uno de sus principales suministradores, hacia otros países productores, supone una transformación estructural de calado, que conlleva un proceso de adaptación importante en cuanto a infraestructuras y medios de transporte, y que se intenta realizar en tiempo récord. Por otra parte, la apertura de la economía china tras la relajación de la política de covid-cero supondrá, previsiblemente, un aumento de la demanda de productos energéticos, tanto gas como petróleo, lo que presionará al alza sobre sus precios.
En cuanto a los alimentos, su encarecimiento está muy vinculado al de las materias primas agrícolas y de los fertilizantes (y estos, a su vez, entre otras cosas, a los precios energéticos). Estos insumos han descendido de precio solo moderadamente desde los máximos alcanzados a mediados del año. Los traslados de sus movimientos hacia los precios al consumo no se producen inmediatamente, sino de forma paulatina y con retardo, de modo que es posible que, pese a esa moderación reciente, aún no se hubieran terminado de transmitir los ascensos anteriores. De hecho, los insumos agrícolas comenzaron a encarecerse en los mercados internacionales a finales de 2020 (y se agudizaron tras la invasión rusa de Ucrania) pero no fue hasta un año después cuando esa subida se comenzó a transmitir a los precios al consumo. Es previsible que ese mismo retardo se produzca también cuando la evolución es la opuesta.
Por otra parte, el índice de precios industriales de productos alimenticios, que mide los precios de salida de fábrica a lo largo de la cadena de producción, sigue creciendo sin mostrar señales de ralentización. Por todo ello podríamos anticipar que el ascenso del IPC de alimentos se va a mantener durante algún tiempo. Pero es que, además, si los precios energéticos vuelven a encarecerse, la reciente tendencia de moderación de los insumos alimentarios podría darse la vuelta.
En suma, es muy probable que el IPC vuelva a ascender, aunque no a un ritmo tan intenso como el pasado año, de modo que la tasa de inflación retrocederá con lentitud. Las previsiones de Funcas apuntan a que al final del año la tasa general seguirá por encima del 5%, y la subyacente no bajará del 4%.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión.