Un nuevo brote de debilidad amenaza con postergar la recuperación de la economía que se atisbaba para la segunda parte del año, tanto en España como en el resto de la eurozona. Todo apuntaba a una estabilización de la fase de desaceleración en Europa, con el ligero repunte de los índices de coyuntura industrial, el rebote de la producción de automóviles en meses recientes, y la resistencia del sector servicios, apoyada en un descenso continuo del paro inclusos en países como Francia e Italia.
Sin embargo, la extensión del coronavirus y sus repercusiones sobre la economía global modifican este escenario. Los analistas independientes estiman, en base a la experiencia de anteriores epidemias, que la paralización de parte de la economía china restaría un punto de crecimiento en ese país en el primer trimestre. Esto sería suficiente para anular el incipiente despegue del comercio internacional y de las exportaciones europeas, afectadas por la desorganización de las cadenas productivas y la reducción de la demanda de China. Las consecuencias podrían perdurar, incluso si la epidemia se detuviese con la llegada de la primavera.
La exposición de la economía española a China y el resto de Asia es cuatro veces menor que en el caso de Alemania, y la mitad que Francia o Italia. Así pues, el impacto directo de la extensión del virus será relativamente limitado.
Por tanto, la clave está en los efectos indirectos, sobre todo en la inversión, la variable más sensible a los altibajos de la coyuntura internacional, y la más vulnerable ante una crisis epidémica prolongada. La inversión productiva, que incluye los bienes de equipo y productos de la propiedad intelectual, y excluye la construcción, aportó medio punto de crecimiento anual durante la fase de recuperación, además de asentar las bases de una transformación cualitativa del tejido productivo. El esfuerzo de equipamiento, por encima del 10% en 2019, nunca había sido tan intenso, superando incluso los niveles pre-crisis.
En principio, la inversión debería mantener su solidez ante el nuevo episodio de enfriamiento que atraviesa la economía global. La rentabilidad de las empresas españolas es una de las más altas del mundo occidental. Prueba de ello, los beneficios después de impuestos y pago de dividendos superan el 30% del valor añadido de las empresas no financieras, siete puntos por encima de la media de la eurozona.
«Si bien las condiciones objetivas son favorables, la inversión también depende de las expectativas, o a factores que atañen a la psicología de los inversores. Aquí influye también la política económica».
Raymond Torres
Fruto de ello, las empresas españolas apenas necesitan recurrir al crédito bancario u otras fuentes de financiación externa para sostener su esfuerzo inversor. Incluso gozan de un superávit financiero (es decir que su renta disponible excede la inversión). En 2019, con datos hasta el tercer trimestre, el superávit financiero de las empresas españolas alcanzó 26.600 millones, casi cuatro veces más que en Alemania. Las cuentas de las empresas francesas y las británicas, por su parte, arrojaban un déficit, de 10.700 y 32.700 millones, respectivamente.
Gráfico 1
Gráfico 2
Fuentes de los gráficos: Eurostat, Banco de España y Funcas.
Además de su excepcional rentabilidad, las empresas han protagonizado uno de los procesos de desendeudamiento más intensos de Europa, compensando los excesos del periodo de la burbuja. Ahora la deuda empresarial se sitúa en valores razonables, próximos a la media de la eurozona. Por tanto, todo conduce a pensar que el proceso de desendeudamiento podría estar tocando fin, algo que permitiría incrementar la proporción de beneficios dedicada a la inversión productiva.
Si bien las condiciones objetivas son favorables, la inversión también depende de las expectativas, o a factores que atañen a la psicología de los inversores. Aquí influye también la política económica, empezando por la monetaria que no parecer disponer de mucho margen de maniobra tras varios años de tipos de interés negativos. En el plano interno, no basta con fijar una nueva senda de crecimiento o de déficit público. Las decisiones de renovación del aparato productivo y de creación de empleo de calidad están también estrechamente asociadas a la ambición de la estrategia de reformas y a la coherencia entre esta y los PGE, como máxima expresión de la voluntad de un gobierno. Contra el virus y ante los pronósticos agoreros, mayor previsibilidad de la política económica.