Los dos últimos años han sido una montaña rusa para los precios en todo el mundo. 2022 por una subida empinada de la inflación, hasta niveles desconocidos en décadas. 2023 por una moderación inicial que terminó con una intensa caída en la tasa de crecimiento de los precios, más allá de lo que bancos centrales, gobiernos y analistas esperaban. ¿Y en 2024? Los mercados parecen descontar desde hace meses que la inflación seguirá en su descenso, en paralelo a sus expectativas de bajada de tipos por parte de los bancos centrales. Si no ocurre nada inesperado en lo geopolítico o en lo climático, es probable que en primavera los bancos centrales —en particular la Reserva Federal de Estados Unidos, como ya ha anunciado— comiencen a disminuir los tipos de interés. Parece asegurado que lo haga la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra, pero el Banco Central Europeo no debería ir muy a la zaga si la inflación permaneciera controlada. La economía europea necesita el alivio financiero aún que más que la de Estados Unidos. Aunque ninguno de los dos bloques ha visto desmoronarse su actividad económica a pesar de las fuertes subidas del precio del dinero y las previsiones de recesión de hace un año, la zona euro ha tenido un desempeño más débil del PIB y una rebaja de los costes financieros parece más necesaria, aunque los tipos hayan subido menos en Europa.
El que la economía no se haya derrumbado como un castillo de naipes a pesar de la intensa dosis de medicina monetaria en 2022 y 2023 y, aun así, se haya moderado notablemente la inflación es algo novedoso de cara al futuro. No ha sido necesario restringir tanto la demanda. No ha hecho falta causar una recesión para lograr bajar la inflación cerca de los niveles objetivo de los bancos centrales. Quizás porque, al final, la demanda no haya sido el factor principal del crecimiento de los precios. Las economías se han mantenido cerca de su output potencial a pesar de la política monetaria restrictiva. Es probable que la acción fiscal de los gobiernos lo haya permitido y, además, el mercado de trabajo ha exhibido mucha resiliencia. Aun así, ese apoyo fiscal no puede ser eterno, con permanentes déficits y niveles elevados de deuda pública. No obstante, ha sido una combinación de políticas que, al menos en esta ocasión, puede haber funcionado mejor de lo esperado.
Con una economía más fuerte de lo pronosticado, los bancos centrales harán bien en tomar sus decisiones con cautelas. Deberán seguir pegados a la información disponible, a los datos de costes y precios y, con ello, marcar el ritmo de disminución de tipos. Una bajada intensa o demasiado rápida —como ocurrió con la subida— podría causar efectos no deseados sobre la inflación y hacer que repunte de nuevo. Esto malograría los logros macroeconómicos alcanzados desde hace un año. La clave pasa por la inflación —aunque esté moderada— para que todos los equilibrios financieros y económicos puedan sostenerse en 2024.
Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.