¿Cuántas mujeres son conocidas por su dedicación a la ciencia? ¿Cuántos hombres? ¿Cuántas mujeres han llegado a la cúspide científica o han recibido el prestigioso premio Nobel en alguna de sus vertientes científicas en comparación con los hombres? ¿Cuántas mujeres lideran proyectos científicos relevantes respecto de los hombres? ¿Cuántas mujeres son rectoras de universidades o catedráticas en relación a los hombres que lo son? ¿Qué tipo de renuncias o concesiones deben hacer las mujeres para llegar a puestos de máxima responsabilidad científica? ¿Por qué si decimos eminencia médica el cerebro nos lleva irremediablemente a pensar en un hombre? ¿Qué sabemos de las vocaciones científicas de chicos y chicas? ¿Qué variables influyen en todo ello?
Para contestar a estas y otras preguntas semejantes conviene pensar previamente qué sistema sexo-género se ha establecido socialmente. En efecto, una revisión rápida sobre nuestras normas sociales convencionales atribuye a la mujer, desde niña, una serie de estereotipos solo por el hecho de haber nacido con ese sexo. De igual forma, al hombre, desde niño, se le asignan un conjunto de cualidades, a menudo, opuestas a la mujer. Este rígido esquema que encorseta a cada sexo (lo biológico) con su género (la construcción social) puede estar, junto a otros elementos, en el origen complejo de las diferencias de trato entre hombres y mujeres y que desembocan en la brecha de género en la ciencia y otros ámbitos. A fin de ahondar un poco en estos aspectos, revisaremos algunas de las evidencias de esta brecha de género en ciencia, identificando posibles causas, para finalizar reflexionando acerca de vías de corrección.
Uno de los indicadores más ilustrativos de la brecha de género en ciencia está en los Premios Nobel, el galardón máximo que puede recibir un investigador o investigadora. Si nos detuviéramos a analizar quiénes y cuándo han sido merecedores de tal distinción en ciencia (física, química, medicina y fisiología), veríamos que casi siempre ha recaído en hombres. Sin embargo, cuando las mujeres hacían aportaciones relevantes, su reconocimiento era compartido con colegas masculinos o con sus cónyuges investigadores. Así, de los 597 premiados con el Nobel de ciencias, solo un 3% han sido mujeres. Solo 2 en física, 4 en química y 12 en medicina y fisiología. Es sorprendente destacar que solo 3 mujeres han recibido esta máxima condecoración internacional de forma individual (Marie Curie, Dorothy Hodgkin y Barbara McClintock). Otro hecho también digno de mencionar es la ausencia de investigadoras premiadas durante el periodo 2009-2014.
«Buena parte de los temas prioritarios de investigación se financian a partir de agencias internacionales o empresas dirigidas por hombres».
Además de los premios Nobel, hay otras evidencias que nos revelan la brecha de género en ciencia. Si nos centramos en la profesión universitaria, los datos indican que las mujeres suelen ser menos productivas en investigación que sus colegas masculinos. La posible explicación apunta a que el funcionamiento de las estructuras universitarias y la organización de los propios departamentos son menos favorables para las mujeres; ellas suelen dedicarse más a las tareas docentes y de menor responsabilidad académica y los hombres más a los cargos de gestión y a la investigación. De igual forma no conviene olvidar que buena parte de los temas prioritarios de investigación se financian a partir de agencias internacionales o empresas dirigidas por hombres. Incluso es motivo de reflexión comprobar que buena parte de la investigación biomédica se realiza sobre hombres o animales machos, con respuestas fisiológicas diferentes, a menudo, al sexo femenino o a las hembras.
«La enseñanza de la ciencia no siempre se hace desde métodos activos y motivadores para el alumnado, quien sigue viendo la ciencia con estereotipos y más ligada a patrones masculinos».
A la hora de señalar las causas de la brecha de género es necesario entender que estamos ante un fenómeno complejo e histórico que se nutre de diversos factores diferentes. Uno de ellos es, sin duda, los estereotipos que se han ido construyendo y extendiendo a partir de las diversas producciones sociales. Películas de cine, programas de televisión, anuncios publicitarios y sobre todo cuentos y relatos tradicionales presentan un “reparto de papeles” impropio de una sociedad igualitaria: mujeres princesas, pasivas, con papeles secundarios, que esperan a ser rescatadas, enamoradas, etc. Siempre mediadoras, dulces, a veces tristes, poco combativas, sumisas, serviles, etc. Y en el lado femenino opuesto, brujas o mujeres malvadas con sentimientos dañinos o malignos. Por el contrario, los hombres aparecen como seres seguros, creativos, combativos, fuertes y vencedores. Por si este mensaje explícito o subliminal fuera poco, una tendencia creciente señala el menor interés de las chicas hacia las ciencias, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas y también las estadísticas indican que las vocaciones científicas y profesionales de estudiantes son diferentes, decantándose ellas por estudios más humanísticos y sociales y ellos por carreras más científico-tecnológicas. A ello pueden contribuir varios hechos. En primer lugar, que la enseñanza de la ciencia no siempre se hace desde métodos activos y motivadores para el alumnado, quien sigue viendo la ciencia con estereotipos y más ligada a patrones masculinos. De igual forma la influencia de los docentes y los progenitores sigue produciendo efectos silentes e imperceptibles sobre las chicas. La actitud de los docentes en clase a la hora de repartir tareas entre sexos, la percepción que tienen las chicas sobre sus propias capacidades y posibilidades académicas ante los chicos o incluso la ayuda diferente que reciben los escolares de sus padres o sus madres parece que va condicionando lentamente los intereses futuros de los estudiantes. Muchos recordarán en este punto alguna frase inadecuada o algún gesto de inequidad, en relación con las ciencias o las matemáticas, que puede haber recibido, incluso de buena fe, de algún compañero o compañera, familiar o docente llegado el caso. Ideas como: “las carreras de ciencias y técnicas son más difíciles” o frases domésticas como “que te explique las matemáticas tu hermano”, destinadas a las niñas, pueden hacer su mella a medio o largo plazo.
Avanzar en la igualdad disminuyendo la brecha de género en ciencia debe ser un objetivo prioritario de la sociedad. Para ello, creemos, no basta con legislar adecuadamente favoreciendo la discriminación positiva, la conciliación o las cuotas. Han de revisarse también las normas básicas que rigen la sociedad y los papeles que se asignan a hombres y mujeres. Desde los mensajes que trasladan los medios de comunicación sobre los géneros hasta la relación que establecen familias y profesorado con las chicas y las materias científico-tecnológicas. Pero sobre todo, somos los hombres, que hemos construido conscientemente o no unas reglas del juego que nos favorecen más, los que debemos poner de nuestra parte para eliminar privilegios y ayudar a cerrar una brecha que sigue marcando a las mujeres en la ciencia.
Más información en el artículo ‘La brecha de género en el ámbito de la ciencia: ¿qué factores han influido y cómo podemos intentar remediarla? ’, publicado en Panorama Social, número 27.