Que viene el coco… Se prodigan los análisis que sugieren que la covid-19 ha traído un nuevo riesgo de deflación, una espiral de caída de precios que se aprecia ya en el IPC. No obstante, otros creen que, cuando todo esto pase, lo que sucederá es que la inflación subirá de forma más intensa a lo que estamos acostumbrados últimamente. Esta última preocupación se prodiga sobre todo en Alemania, donde las lentes del análisis económico siguen influidas por el problema de hiperinflación de la República de Weimar de entreguerras y ven un paralelismo histórico en los estímulos fiscales para luchar frente a la pandemia, que consideran que relanzarán los precios de forma acelerada.
Seguramente, unos y otros tienen motivos para la intranquilidad, pero gran parte del problema reside en una distribución de tiempos que aún no controlamos. Ya hemos observado que el confinamiento —que arrastró tanto demanda como oferta— hundió los precios en abril y mayo. El progresivo avance hacia esta nueva normalidad —coja por ahora, porque sectores como turismo o automoción siguen muy afectados— tampoco parece ofrecer consuelo a los precios. Y el análisis seguirá en un territorio indefinido en tanto en cuanto no se llegue a una normalidad auténtica, algo que solo se puede alcanzar con un tratamiento médico eficaz o una vacuna.
«El coronavirus ha removido unas cuantas piezas para que los dueños de los dos miedos (hiperinflación y deflación) relancen sus profecías. Lo cierto es que serán meses de aplicación de paradojas económicas, con aumentos de tasa de ahorro y mucha intervención pública»
Santiago Carbó
No sabemos cuánto tiempo transitaremos por esta indefinición. Entre tanto, lo de que los precios bajan (discurso teórico) contrasta con la realidad percibida por los hogares. El INE informó esta semana de una caída del 0,3% de los precios en junio, más moderada que la bajada del 0,9% de mayo. Los precios de algunos servicios (incluidos alquileres de viviendas) caen, pero los de la mayoría de bienes de consumo habitual aumentan en mayor proporción. En estos meses también le ha tocado improvisar al instituto estadístico, construyendo índices de precios para aquellos bienes para los que, efectivamente, hubo alguna actividad de consumo, aunque fuera mínima. En particular, los precios de lo que el INE llama “bienes covid-19” subieron un 2,3% en junio, mientras que los de los “servicios covid-19” bajaron un 2,4%.
Como en tantas ocasiones en estos años de tremenda expansión monetaria los bancos centrales nos dicen que los estímulos llegan porque la inflación está por los suelos, pero los bolsillos de los consumidores no lo notan. Muchos bienes que usamos de forma intensiva, desde móviles hasta bienes duraderos, pasando por muchos alimentos no elaborados, no ven reducido su precio, precisamente. Los carburantes (tras el reciente colapso del mercado del crudo) siguen siendo la explicación principal de la persistencia de una reducida inflación y la excusa de las autoridades monetarias para poder alargar su brazo salvador como si fuera blandiblú.
Por si faltaban piezas al puzle de la inflación, el coronavirus ha removido unas cuantas para que los dueños de los dos miedos (hiperinflación y deflación) relancen sus profecías. Lo cierto es que serán meses de aplicación de paradojas económicas, con aumentos de tasa de ahorro y mucha intervención pública. El qué pasará después es imposible predecirlo hasta que sepamos cuándo será “después”.