La caída de los nacimientos es un fenómeno global y, por ello, resulta más difícil explicar sus causas. Si bien el contexto local importa para entender diferencias marginales entre países con niveles comparables de renta, el hecho de que, en todos los países desarrollados, y en muchos de renta media, se observen ya descensos sostenidos en el número de nacimientos sugiere que las explicaciones tienen un carácter más amplio. Según parece, las causas a las que se ha aludido habitualmente no explican la magnitud de esta transformación demográfica: ya no es verdad que las mujeres tengan menos hijos en los países más ricos o en los que hay una mayor participación laboral femenina. La entrevista del Financial Times a la demógrafa finlandesa Anne Rotkirch el año pasado reflejó bien el sentir de muchos analistas: “The strange thing with fertility is nobody really knows what’s going on.” Muchos demógrafos se están rindiendo a la idea de que un cambio “cultural” ha impregnado de pesimismo a quienes hoy podrían tener hijos y no los tienen, así como a quienes tienen menos de los que desearían.
Recientemente, el CIS ha publicado los resultados de una encuesta (Estudio 3475 sobre Fecundidad, Familia e Infancia) que permite observar cómo quienes aún están en edad de tener (más) hijos son más pesimistas que los mayores a la hora de valorar cómo algunos problemas sociales inciden en su comportamiento reproductivo. Pongamos un par de ejemplos.
El precio de la vivienda es, en la actualidad, uno de los grandes obstáculos en la transición a la vida adulta. En la encuesta, esta preocupación es muy mayoritaria en todos los grupos de edad: entre el 85 y el 90% de los encuestados afirma estar muy o bastante preocupado por el precio de la vivienda en España. Pero jóvenes y mayores valoran de forma distinta el impacto de este problema en su fecundidad: el 69% de los menores de 45 años sin hijos cree que el precio de la vivienda explica en alguna medida su infecundidad. Entre los mayores de esa edad, solo lo ven así el 36%. Asimismo, entre los que han tenido menos hijos de los deseados, el 47% de los menores de 45 años lo atribuyen, en parte, al precio de la vivienda, frente al 26% de mayores de esa edad. Dada la evolución del precio de la vivienda en los últimos años, no se puede decir que estos resultados sean sorprendentes, pero no por ello deja de ser interesante que el acceso a la vivienda se valore como más limitante de la fecundidad propia cuanto más joven sea el encuestado (gráfico 1).
Fijémonos ahora en un aspecto menos concreto de la realidad: las perspectivas de las generaciones futuras. De nuevo, este asunto genera una preocupación similar entre jóvenes y mayores: en ambos grupos son muy pocos los que no reconocen este problema. Pero, también aquí, son los menores de 45 años quienes estiman que el temor hacia el futuro limita o ha limitado más su fecundidad. Entre quienes no tienen hijos, el 49% de los más jóvenes y el 31% de los mayores identifican las malas perspectivas de las generaciones futuras como una explicación para no tener hijos (gráfico 2). Entre los que sí los tienen, pero habrían deseado tener más, el 43% creen que las malas perspectivas de futuro lo explican, algo que solo declara el 25% de los mayores. Se observa, además, que el 60% de las mujeres de 30 años sin descendientes, frente al 45% de las que han alcanzado la edad de 50 años, reconocen que la idea de que las perspectivas de las generaciones futuras estén comprometidas como una causa de su infecundidad.
Es cierto que estos datos no permiten comparar las respuestas de los jóvenes de ahora con lo que habrían dicho a su edad quienes hoy son mayores, pero todo apunta a que este pesimismo no se debe al momento del ciclo vital en el que se responde a la encuesta, sino al contexto temporal en el que se contesta. Aunque las explicaciones netamente culturales suelen reflejar una baja exigencia intelectual, todo parece indicar que los más jóvenes perciben hoy el futuro con más pesimismo, y que esto explica, al menos en parte, las caídas en los nacimientos que registran casi todos los países del mundo. Un último dato que avala la hipótesis del cambio cultural: existen indicios en países como España, Suecia o Estados Unidos, de que número ideal de hijos que desearían las mujeres más jóvenes ya se sitúa por debajo de los 2,1, la tasa de reemplazo que mantendría constante la población.