Prosigue la racha alcista de la economía española, con un avance del PIB del 0,7% en el inicio de año, más del doble de la media europea. El sector exterior aporta casi el 70% de ese crecimiento, fruto del impulso de las exportaciones de servicios y de la atonía de las importaciones, factor que mecánicamente detrae actividad. El 30% restante procede de la demanda interna, siendo esta una variable que, además, parece evolucionar de manera más equilibrada: repunta la inversión tras el golpe de la pandemia y de las incertidumbres globales, al tiempo que se disipa el tirón del consumo público en un contexto de prórroga presupuestaria. Y el consumo de las familias se beneficia de la subida de las rentas del trabajo.
¿Hasta qué punto la economía española dispone de mimbres para sostener un ciclo expansivo equilibrado? Algunas señales son alentadoras. España parece haber reforzado su competitividad internacional gracias al acceso a una energía abundante y barata en relación a los principales socios comunitarios; al acortamiento de las cadenas de suministro de las grandes corporaciones, en una lógica de bloques comerciales; y a la inmigración, un plus para un modelo productivo basado en la incorporación de fuerza laboral. Con todo, la crisis energética y las tensiones geopolíticas, claramente nefastas en el corto plazo, podrían haber generado movimientos en la tectónica de la globalización con efectos colaterales sorprendentes para nuestra economía.
Frente a la hipótesis de un shock favorable de oferta, conviene reconocer el papel de factores volátiles del lado de la demanda, que desaparecerán más pronto que tarde. En primer lugar, el consumo global se ha desplazado temporalmente hacia los servicios —siendo nuestro país uno de los principales beneficiarios— en detrimento de los bienes, particularmente los industriales. Según Eurostat, en comparación con la situación prepandemia, los hogares europeos gastan proporcionalmente más en viajes, restauración y otros servicios, y menos en productos industriales, afectados por los problemas de abastecimiento y la crisis energética.
El desvío se percibe en la economía española: el valor añadido del sector de servicios se situaba en el primer trimestre un 6,3% por encima del nivel prepandemia, mientras que el sector de bienes, que incluye la industria, la construcción y las ramas primarias, retrocedía un 3,2%. No obstante, las preferencias de los consumidores están destinadas a normalizarse a medida que los precios relativos se estabilizan.
En segundo lugar, el débil comportamiento de las importaciones es un fenómeno en buena medida efímero, ya que refleja al menos en parte el desplazamiento de la demanda hacia los servicios, siendo estos cuatro veces menos intensivos en insumos importados que los bienes (según estimaciones basadas en tablas input-output, avaladas por un reciente estudio del BCE). Así que es previsible que las importaciones se recuperen conforme se restablecen las preferencias de los consumidores, incluso teniendo en cuenta una eventual mejora de la cuota de las empresas españolas en el mercado interno.
La probable dilución de los cambios en la pauta de la demanda, junto con el giro restrictivo de la política fiscal, restarán vigor al ciclo expansivo, cuya persistencia pasará por tanto a depender de la persistencia del shock positivo de oferta, es decir de nuestra capacidad de impulsar avances estructurales en la mejora del modelo productivo. El punto de inflexión debería producirse el año que viene, cuando se anticipa una demanda menos boyante como consecuencia de la normalización de las pautas de consumo, tanto público como privado.
La clave pasa por el fortalecimiento de las actuales ventajas de competitividad, siendo la inversión una condición necesaria para conseguirlo, particularmente en un contexto de cambio tecnológico acelerado. A este respecto, el repunte de la inversión es todavía demasiado incipiente para vislumbrar un ensanchamiento de la capacidad productiva. Y para desatascar la productividad, llave de bóveda para generar un ciclo inédito, pero alcanzable, de convergencia sostenible con Europa.
INVERSIÓN | La inversión (FBCF) repuntó un 2,6% en el primer trimestre, gracias a la recuperación de los componentes de bienes de equipo y de la construcción no residencial. La inversión en vivienda y en productos de la actividad intelectual, sin embargo, retrocedió. Pese al resultado del primer trimestre, la inversión se sitúa todavía un 2,2% por debajo del nivel prepandemia. El déficit de inversión en vivienda alcanza el 8,2%, y en el caso de los bienes de equipo el 6,4%. Solo la inversión en otras construcciones y en productos de la propiedad intelectual superan dicho nivel.