Son tiempos de revisión de previsiones para la economía española. Según las estimaciones de consenso difundidas esta semana, la economía crecerá este año prácticamente al mismo ritmo que los dos anteriores, es decir por encima del 3%, lo que contrasta con la desaceleración prevista en las anteriores estimaciones. Este resultado refleja en buena medida la dinámica exportadora, tanto de bienes como de servicios, y no solo el turismo. También aumenta la previsión para el 2018, aunque el crecimiento ese año será algo menos intenso, a medida que se modera el auge exportador.
Si nos va mejor es, entre otros factores, porque un viento de optimismo sopla sobre la economía europea –el principal mercado para las exportaciones españolas. La eurozona, hasta hace poco uno de los agujeros negros de la economía mundial, ha acelerado su recuperación. Los indicadores de actividad y de confianza de consumidores se acercan a los valores máximos desde la creación del Euro. Las empresas europeas se han animado a invertir, aprovechando los bajos tipos de interés y los excedentes empresariales. Los hogares, por su parte, se decantan por consumir, en vez de atesorar más ahorros. Así pues, la eurozona crecerá en torno al 2%, tanto este año como el que viene.
Si bien España crece más que la mayoría de sus países vecinos, el camino hacia una plena convergencia es todavía largo. La media de ingresos anuales de que dispone cada español es de cerca de 24.000 euros, en torno a 7.500 euros menos que la media para los habitantes de la eurozona. Además, desde el inicio de la crisis y pese a los buenos resultados registrados con la recuperación, la diferencia de ingresos con Europa se ha ampliado. En 2007, el diferencial era de 4.500 euros. Al ritmo actual la brecha con Europa tardaría más de 9 años en cerrarse.
«Hay que evitar falsas convergencias. Se puede crecer más que el resto de países comprometiendo el futuro. Esto ocurre cuando la actividad depende del endeudamiento de las empresas y las familias, como antes de la crisis».
Son muchas las condiciones para recuperar el terreno perdido y completar la convergencia (productividad, nivel educativo, inversión, adaptación al cambio tecnológico, cohesión social). Pero tres factores son especialmente importantes teniendo en cuenta que España se sitúa en la eurozona, y que por tanto no puede realizar ajustes mediante el tipo de cambio.
En primer lugar, la convergencia no es posible en una economía que pierde cuotas de mercado, por falta de competitividad. Este es probablemente el terreno en el que la economía española ha progresado con más claridad. Las exportaciones han crecido con intensidad, por encima de la media europea. Además, el valor de las exportaciones excede la factura importadora, y ese superávit representa un importante logro estructural.
Por otra parte, para que España se acerque al pelotón de cabeza de Europa, es crucial crear empleo de calidad. Los resultados son claramente mejorables. La recuperación genera proporcionalmente más empleo que prácticamente todos los otros países europeos. Pero la temporalidad, fuente de baja productividad y desigualdades, se mantiene a un nivel a todas luces excesivo.
Gráfico 1
Eurostat y Funcas
Gráfico 2
OCDE y Funcas
Por último, hay que evitar falsas convergencias. Se puede crecer más que el resto de países comprometiendo el futuro. Esto ocurre cuando la actividad depende del endeudamiento de las empresas y las familias, como antes de la crisis. En este sentido, la situación ha mejorado. O cuando el gobierno no consigue equilibrar los presupuestos. O cuando la deuda pública se mantiene en niveles elevados, como es el caso hoy por hoy.
En suma, la economía española recorta distancias con Europa. La mejora es evidente en comparación con Grecia, Italia o incluso Finlandia, un país del núcleo central que sufre importantes pérdidas de competitividad. No obstante, la convergencia no se conseguirá sin reformas internas ni una estrategia presupuestaria.
Europa también debe jugar su papel integrador. Una de las aspiraciones de la Unión Europea es la de asegurar que todos sus miembros se acerquen a los niveles de bienestar de los países más avanzados. Los impulsores del Euro pretendían acelerar este proceso. Pero hay que reconocer que, a falta de nuevas iniciativas que profundicen en la unión económica, monetaria y social, la realidad dista de esas promesas.