Al inicio de la anterior crisis económica asistimos a un aumento de la tasa de ahorro de los hogares hasta máximos entonces históricos —un 12% de la renta disponible bruta en el segundo trimestre de 2009—. Dicho ahorro fue denominado “ahorro del miedo”, ya que los hogares decidieron aumentar su ahorro por precaución ante la incertidumbre generada por la caída de la actividad económica y el crecimiento del desempleo.
Aquel máximo histórico ha sido superado de largo en el segundo trimestre de este año, en el que la tasa se disparó hasta el 22,5%. Se trata en este caso de un nuevo tipo de ahorro, desconocido hasta ahora, que podríamos llamar “ahorro forzoso”, ya que es el resultado, no de una decisión deliberada de los ciudadanos de contener su gasto, sino de la imposibilidad material de consumir debido al confinamiento y al cierre de numerosos servicios.
Gráfico 1
Fuente: INE.
Sin duda la tasa de ahorro descenderá en los próximos trimestres, puesto que, aunque sea con restricciones, los negocios han reabierto y los ciudadanos han recuperado la movilidad, lo que les permite volver a gastar. Pero en cualquier caso se mantendrá en niveles más elevados que antes de la pandemia, porque ahora, con lo que nos vamos a encontrar de nuevo, es con el ahorro del miedo, ante la prolongación de la crisis y los daños permanentes al empleo que esta ya está causando. A esto podríamos añadir una nueva modalidad de ahorro del miedo: el que resulta de la restricción voluntaria de las salidas y de las relaciones sociales por miedo a contagiarse del Covid-19.
«En cuanto al ahorro del miedo en el cual nos instalaremos a partir de ahora, su impacto económico será inevitablemente negativo, ya que como sucede en toda crisis económica —especialmente en el caso de España—, a corto plazo este ahorro contribuye a reforzar la dinámica de la crisis».
María Jesús Fernández
Si la crisis fuese de corta duración, ese ahorro forzoso podría tener algún efecto benéfico sobre la economía, ya que ayudaría a los hogares a reducir su endeudamiento y mejoraría su solvencia. No obstante, la prolongación de aquella va a suponer una caída estructural de la actividad económica y del empleo, de modo que ese primer impacto positivo sobre la solvencia será finalmente anulado por el efecto negativo derivado del aumento del desempleo. En cuanto al ahorro del miedo en el cual nos instalaremos a partir de ahora, su impacto económico será inevitablemente negativo, ya que como sucede en toda crisis económica —especialmente en el caso de España—, a corto plazo este ahorro contribuye a reforzar la dinámica de la crisis.
No obstante, no hay que confundir el impacto negativo a corto plazo de ese ahorro coyuntural del miedo, con el efecto económico a largo plazo de mantener una tasa de ahorro elevada de forma permanente o estructural. Una economía que presenta de forma estructural una tasa de ahorro elevada es una economía menos dependiente del exterior para su financiación —y por tanto, con menos deuda externa—, y además durante las etapas expansivas genera menos desequilibrios, como inflación, déficit de la balanza de pagos o sobreendeudamiento de los hogares. Gracias a esta menor generación de desequilibrios durante las fases expansivas, la caída de la actividad en las etapas de crisis es más suave, y además, el colchón de ahorro acumulado permite a los consumidores afrontar la fase descendente del ciclo realizando un menor ajuste del gasto. El resultado es un crecimiento más estable macroeconómicamente, lo que a largo plazo supone también mayor inversión y mayor productividad, de modo que el menor peso en la economía de las actividades relacionadas con el consumo es más que compensado con un mayor peso de otras actividades, como las vinculadas a las exportaciones.
Es decir, es perfectamente sostenible una economía con un ahorro elevado. Es más: no solo es sostenible, sino que es más sano. De hecho, países con tasas de ahorro muy elevadas, como Alemania o los países nórdicos, tienen pleno empleo.
En este sentido, España es uno de los países desarrollados con una tasa de ahorro más reducida. Entre los años 2000 y 2019, nuestra tasa de ahorro media se situó en torno al 8%, frente a, por ejemplo, un 17% en Alemania, un 12% en Suecia y Noruega y una media del 13% en el conjunto de la Eurozona. Es cierto que hay factores que pueden ayudar a explicar este hecho diferencial tan acusado, como la elevada posesión de vivienda en propiedad en nuestro país, aunque no lo explican en su totalidad.
Esta menor tasa de ahorro constituye, pues, un factor de gran relevancia a la hora de comprender muchas de nuestras dinámicas económicas.