Nos ha faltado sentarnos en torno al pavo asado, las judías y la calabaza para completar la foto de un americanizado y alargado fin de semana comercial. Comenzó el viernes con el Black Friday y concluyó hace dos días con el Cyber Monday. Importamos tradiciones para vender más y, dada la necesidad de impulsar el crecimiento y el empleo, cualquier excusa parece buena. Son síntomas estos días de unos servicios de venta minorista en los que la comunicación y las compras online van ganando peso.
Ayer mismo conocíamos los datos de ventas minoristas de octubre que ofrece el INE y que mostraban una variación interanual del 5,8%, muy por encima del 1,1% del pasado año. La campaña navideña —en la que estamos prácticamente de lleno— promete cifras muy alentadoras para los comerciantes. Ya la semana pasada, los datos de Contabilidad Nacional del tercer trimestre apuntaban a un avance del PIB del 3,4%, con la demanda nacional aportando 3,9 puntos porcentuales y el sector exterior -0,5%. Durante los años más duros de la crisis fue el sector exterior el que evitó un desplome mayor de la economía pero ahora parece haber perdido fuelle. No porque las exportaciones no avancen, sino porque las importaciones crecen ya más.
Todas las cartas de la recuperación parecen puestas en el consumo. El Banco de España señala en su último Boletín Económico que el gasto de las familias muestra un “elevado dinamismo” que se prolonga hasta donde llegan los datos en el cuarto trimestre. Este comportamiento del consumo familiar ha sorprendido positivamente este año, explicado por la mejora en la renta disponible y el empleo, pero España no debe perder el rumbo y seguir la senda de ganancias de competitividad que se había emprendido. Las rebajas de impuestos y el precio de los carburantes pueden estar influyendo en el gasto pero tienen un recorrido limitado. Todos los institutos de previsión apuntan, además, a un 2016 más incierto y con menos vientos favorables.
Al igual que otros países como Portugal o Grecia, muchas familias españolas retrasaron decisiones de adquisición de bienes duraderos durante los años de recesión y ahora se nota la acumulación de ese gasto. Los préstamos destinados al consumo han avanzado también y reducido su coste, con ofertas que en estos meses se multiplican tanto en bancos como en centros comerciales. También influye en esta tendencia que las familias hayan reducido ya su deuda en más de 160.000 millones de euros en los últimos siete años. En todo caso, cuando llegue el frío enero, habrá que mirar al frente y el nuevo Gobierno deberá repasar debilidades y fortalezas para ver si los componentes estructurales del consumo pueden soportar los vaivenes de su participación en el PIB nacional. Son muchas las reformas aún pendientes para que el edificio de la macroeconomía española tenga pilares más sólidos y para que el empleo se reduzca hasta cifras menos embarazosas. Recordemos que no todos compran y no todos pueden cabalgar a lomos del consumo.