La inflación vuelve a encontrarse en el centro de atención tras más de una década durante la que había dejado de ser motivo de preocupación —si acaso, lo era por excesivamente reducida—. En España, el año pasado acabó en tasas negativas, y desde entonces ha escalado hasta el 2,7% en mayo. En el resto de la eurozona y en EEUU se ha producido una evolución similar. Este comportamiento reciente nos mueve a preguntarnos si estamos inaugurando una nueva etapa de inflación elevada, y las implicaciones que puede conllevar en cuanto a la política monetaria y otras derivadas.
Por el momento se trata de incrementos puntuales consecuencia fundamentalmente de la reversión de ciertos movimientos en los precios que tuvieron lugar el pasado año con motivo de la pandemia. Así, las fuertes bajadas de precios de bienes energéticos que se produjeron entonces como consecuencia de la caída del precio del petróleo, y que llevaron la inflación a tasas negativas, se han revertido en el año actual, con lo que la tasa ha ascendido de forma acusada. En los próximos meses veremos más efectos de este tipo, concretamente en los servicios: el año pasado los precios de determinados servicios muy vinculados a la actividad turística, como hoteles, agencias de viajes y billetes de avión, sufrieron recortes muy significativos, que se reflejaron en una caída de la tasa de inflación en julio; si este año se produce una cierta normalización de la actividad, cabe también esperar una recuperación de los precios de esas actividades, lo que inducirá un nuevo ascenso de la tasa de inflación en dicho mes.
Hay alguna otra circunstancia que ha acentuado la subida de la inflación recientemente, como el encarecimiento de la electricidad, pero en todo caso se trata de un fenómeno puntual, es decir, supone un incremento en el nivel del IPC que no se espera que se repita, al menos de una forma continuada.
En definitiva, los ascensos recientes de la inflación se consideran en estos momentos el resultado de fenómenos puntuales, no el reflejo de un aumento de las presiones inflacionistas de la economía que pueda dar lugar a tasas elevadas de inflación de forma continuada y persistente, que es la definición de todo fenómeno inflacionista.
La cuestión es si esto puede cambiar en el futuro próximo. Los precios de las materias primas han aumentado notablemente, al igual que los precios de los fletes de transporte marítimo. Las empresas industriales reportan dificultades de abastecimiento de ciertos insumos, al tiempo que reconocen que comienzan a trasladar el aumento de costes a los precios. Por otra parte, en ciertas actividades muy castigadas por la pandemia, como bares y restaurantes o cultura y entretenimiento, es muy posible que la demanda se recupere más rápido que la oferta, ya que muchas empresas han desaparecido. Las supervivientes pueden aprovechar para elevar sus precios y sanear unas cuentas muy dañadas tras tantos meses de restricciones.
En el caso de otros países, sobre todo en EEUU, a los fenómenos anteriores hay que sumar otro: el posible efecto inflacionista de un aumento generalizado de los salarios derivado de la dificultad que numerosas empresas están encontrando para cubrir sus necesidades de mano de obra. Algunas multinacionales muy conocidas ya han anunciado subidas de sueldos.
Finalmente, a lo anterior hay que añadir el potencial, aunque todavía incierto, impacto que pueda tener sobre la inflación el enorme incremento de la masa monetaria a que han dado lugar las políticas ultraexpansivas de los bancos centrales, que han supuesto de facto una monetización de los déficits públicos generados para combatir los efectos de la pandemia.
En los próximos meses, por tanto, es probable que la tasa de inflación siga en ascenso, tanto en España como en Europa y EEUU, aunque por ahora no parece que estemos a las puertas de un proceso inflacionario. No obstante, el gran enemigo de la renta fija es la inflación, de modo que, si los inversores se ponen nerviosos ante la posibilidad de un ascenso más permanente, o incluso de la finalización antes de lo previsto de las políticas ultraexpansivas de los bancos centrales, podrían producirse grandes seísmos en los mercados financieros, con ascensos bruscos de los tipos de interés —ya hemos presenciado en las últimas semanas algunos episodios de repuntes—. Todo ello podría tener un impacto importante sobre nuestra deuda pública.
Un reajuste en las expectativas de inflación puede suponer un gran reto para los bancos centrales y para las economías endeudadas como la española. Deberemos, por tanto, estar vigilantes.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Expansión.