Habrá que seguir pendiente de los posibles coletazos del derrumbe de las bolsas de valores del 5 de agosto. Fue una combinación de factores, que incluían noticias macroeconómicas de desaceleración —algunos llegaron a apuntar posible recesión en el caso de EEUU—, los efectos de la cierta perplejidad con la estrategia de tipos de los bancos centrales (en particular, la Reserva Federal y el Banco de Japón) y encontrarnos en un mes de agosto con menor actividad bursátil y mayor volatilidad. Fueron, sin duda, el detonante, aunque quizás sea exagerado pensar que Estados Unidos va de cabeza a una recesión. Su economía muestra dinamismo y resiliencia, a partes iguales, desde hace tiempo. No es que esos factores hayan desaparecido, pero hay uno más estructural, que preocupa más, y visible tras la desaparición de la niebla de las especulaciones. Y es la sobrevaloración de los mercados de valores —sobre todo los de EEUU— persistente durante varios años, con continuos rallies, la que nos puede volver a dar sustos importantes.
El caso que merece un aparte es el de las grandes compañías tecnológicas y de todas aquéllas con perspectiva muy optimistas por el favorable impacto de la Inteligencia Artificial (IA). Explican gran parte del boom del Nasdaq de estos años. Son empresas con una gran realidad presente por sus capacidades en la gestión de información y datos y consiguiente incremento de productividad. Presentan un gran potencial futuro por todas las aplicaciones de IA que están desarrollando. El caso más claro es el Nvidia, que ha visto multiplicado varias veces su valor de mercado en los últimos años por su posición dominante en la producción de procesadores y chips que necesita la tecnología de IA. Es cierto que compañías BigTech como Microsoft, Alphabet (Google), Meta o Amazon están invirtiendo decenas de miles de millones dólares para desarrollar nueva infraestructura de IA, que en gran parte está yendo a parar a Nvidia, aunque también ha alimentado la aparición de competidores a esta última. Sin embargo, la percepción actual es que el valor de estas empresas ha aumentado excesivamente por encima de las ganancias actuales e incluso las que se producirán en los próximos años, plazo que los mercados suelen considerar razonable para reflejarlo en el valor de las acciones. Es como si los inversores hubieran pensado hasta ahora que no fallaría ninguna de las aplicaciones de IA, o que todas verían la luz y serían un éxito para la productividad. La fuerte expectación (hype) en algunas de esas empresas no tiene por qué materializarse en buena parte. Así, desde junio el valor de mercado de estas tecnológicas ha bajado en torno al 20%. E inversores como Warren Buffet han disminuido su exposición a las acciones de alguna tecnológica (Apple) a la mitad, por su menor confianza en su revalorización futura. Los nubarrones financieros no desaparecerán si los valores de estas empresas —con un enorme potencial, pero que debe materializarse aún— vuelven a experimentar aumentos significativos sin números —no expectativas solamente— que los respalden.
Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.