Desde un punto de vista tecnológico, nos encontramos en un nuevo umbral de desarrollo en el campo de la energía eléctrica que podría cambiar radicalmente nuestras vidas. Sin embargo, para que se produzca este cambio, debemos transformar una estructura regulatoria desfasada que se diseñó en tiempos de Edison y Tesla, cuando la principal dificultad de la electricidad era promover el tendido eléctrico. Dicha estructura se debe reemplazar por una arquitectura que fomente e incentive la experimentación y el desarrollo de productos por parte de varios actores en un mercado dinámico y sólido.
Mediante una distribución eléctrica bidireccional, la tecnología digital y un sistema de red integrado, dejaremos de pensar en “electricidad” y pronto hablaremos de “energía”, una plataforma en la que cada uno de nosotros seremos tanto vendedores como compradores (y, en algunos casos, también productores).
Imagina que tu casa está equipada con generadores solares que alimentan tanto tu hogar como tu coche y que el exceso de kilovatioshora se vende en un mercado minorista próspero en el que la compañía de distribución se encarga de proporcionar la plataforma del mercado. Imagina asimismo los dispositivos, tanto fijos como móviles, que supervisarán el uso de energía de tu casa y de tu vehículo de forma que puedas aprovechar al máximo la e ciencia energética sin esfuerzo.
El efecto sería transformador y traería consigo enormes mejoras en el campo de la eficiencia energética, así como importantes reducciones de las emisiones de carbono. Se inventarán productos, se desarrollarán servicios y se crearán puestos de trabajo.
Pues bien, esta tecnología ya existe. Lo que se interpone en el camino de esa imagen mental es una estructura regulatoria adaptada a los mercados eléctricos de hace cien años.
En los albores de la electricidad, el principal obstáculo fue amasar los enormes recursos de capital necesarios para generar y distribuir un suministro eléctrico seguro y asequible. Literalmente, tuvimos que construir toda una infraestructura desde cero: generadores eléctricos, instalaciones de transporte, e incluso los postes y el tendido que suministran electricidad a cada hogar y negocio. Nuestro único objetivo regulatorio consistía en incentivar la inversión de capital necesaria para garantizar un servicio universal y seguro a precios económicos.
La electricidad se integraba de manera lineal y vertical; las compañías eléctricas se encargan de proporcionar todos los elementos del producto, desde la generación al transporte y de la distribución a la venta. Las compañías eléctricas evolucionaron a empresas integradas y contiguas desde un punto de vista geográfico que prestaban un servicio básico, uniforme y de calidad a un precio que los consumidores se podían permitir.
«Hoy en día necesitamos incentivos para que accedan al mercado nuevos participantes, no restricciones. Para poder disfrutar los frutos de las innovaciones tecnológicas ya existentes, debemos promover que nuestras mentes más brillantes desarrollen todo tipo de bienes y servicios».
Sostener una estructura de mercado a una escala tan grande e integrada verticalmente exigía unas barreras de entrada legales que protegían a las compañías eléctricas de la competencia. El modelo monopolístico regulado potenciaba al máximo las economías de escala, manteniendo unos costes bajos y estables para los consumidores.
No obstante, gracias a los avances tecnológicos, la red eléctrica tradicional se ha transformado: de una lineal y unidireccional en la que la energía se suministraba de los generadores al consumidor se ha pasado a una red eléctrica integrada en malla caracterizada por flujos multidireccionales.
Además, gracias a dichos avances, existen productos y servicios como las microrredes solares residenciales y los dispositivos de gestión de energía que ya están disponibles, y hay otros en el horizonte a nuestro alcance siempre que seamos capaces de modernizar nuestra estructura regulatoria de forma que vaya al compás del desarrollo tecnológico.
Lo que necesitamos hoy en día son incentivos para que accedan al mercado nuevos participantes, no restricciones. Para poder disfrutar los frutos de las innovaciones tecnológicas ya existentes, debemos promover que nuestras mentes más brillantes desarrollen todo tipo de bienes y servicios, tanto dentro de la red como en sus márgenes.
No solo nos estamos jugando una energía eléctrica más barata sino un planeta más limpio; en la balanza se encuentran un sinfín de puestos de trabajos en nuevos sectores que todavía no podemos empezar a imaginar.
Aprendamos de las lecciones que nos proporcionó el desarrollo de Internet: barreras mínimas de entrada e incentivos a la innovación y la experimentación que condujeron a un número impresionante de bienes y servicios, desde Amazon a Uber pasando por otras tantas. Un monopolio regulado, con un precio de coste incrementado y barreras regulatorias de entrada habrían asfixiado estos desarrollos.
Si hemos conseguido aprender algo de nuestros éxitos (y de nuestros fracasos) a la hora de adaptarnos a las tecnologías transformadoras de Internet, entonces seremos capaces de crear una nueva superestructura regulatoria para la energía que se adapte mejor a los retos del siglo XXI en lugar de a los del XX.
Esta entrada es un resumen del artículo ‘Un futuro próspero y más limpio: mercados, innovación y distribución eléctrica en el siglo XXI’, publicado en el número 4 de Papeles de Energía. Puede acceder aquí al sumario y la descarga de la revista.