Casi al cierre del año en los mercados, se ha observado un comportamiento muy desigual internacionalmente. No es ya que en EE UU —donde el Dow Jones sigue batiendo récords— las ganancias hayan sido considerablemente mayores que en los índices europeos en los últimos doce meses, es que las perspectivas y los condicionamientos institucionales son también muy diferentes a ambos lados del Atlántico. En Europa se viene observando, además, cierto decaimiento desde verano mientras que en EE UU la efervescencia continúa.
Cuando muchos analistas pensaban que el tiempo de la moderación había llegado al mercado norteamericano, la rebaja fiscal de Trump —aun cuando puede tener efectos muy desestabilizadores a largo plazo— ha sorprendido al entorno empresarial por su magnitud y podría impulsar aún más las ganancias en estos días del habitual Santa rally post-navideño. Desde aquella orilla del Atlántico, el principal temor para 2018 es que las subidas de tipos que ha proyectado la Fed sean “demasiadas” —como muchos analistas ya las califican— como para ser bien digeridas por la economía.
Más recelo existe aún respecto a Europa, donde los reportes de fin de año encuentran las cada vez más evidentemente desastrosas consecuencias del Brexit para Reino Unido y el no resuelto problema de Cataluña como las dos principales y más inminentes amenazas. El ambiente monetario es, además, extraño, porque conforme la inflación sube, el margen para la política monetaria expansiva se estrecha. Y aún es muy necesaria. Existe un foco adicional de inestabilidad europea en Italia, donde el maltrecho sector bancario guarda los juguetes rotos bajo una alfombra cada vez más abultada y las elecciones generales del próximo mes de marzo no apuntan a equilibrio estable alguno.
«En España, donde apenas hay dos o tres empresas con marcado carácter tecnológico en el Ibex y bolsas como la alternativa MAB tienen un marcado carácter inmobiliario, hay que reflexionar sobre la capacidad para transformar la economía».
La tipología de empresas que conforman los mercados también son muy ilustrativas de un desigual dinamismo corporativo. Empresas como Intel, Microsoft, Apple, o Cisco Systems dominan la capitalización en Estados Unidos y el Nasdaq es —casi por definición— un reguero de éxitos tecnológicos (como Facebook, Amazon o Alphabet). En Europa, algunas de estas empresas cuentan ahora con dificultades para ofrecer sus servicios por las crecientes trabas regulatorias, que ahora se extienden a la economía colaborativa. Resulta lógico establecer controles en aspectos como la fiscalidad y las relaciones laborales pero algunas restricciones relativas a los servicios compartidos o la mismísima inteligencia artificial están pudiendo ser excesivas y limitando seriamente la competitividad futura de una economía europea ya de por sí fragmentada y necesitada de un proceso mucho más intenso de innovación.
En España, donde apenas hay dos o tres empresas con marcado carácter tecnológico en el Ibex y bolsas como la alternativa MAB tienen un marcado carácter inmobiliario (con casi medio centenar de socimis) también hay que reflexionar sobre la capacidad para transformar la economía. La clasificación “materiales básicos, industria y construcción” sigue dominando el parqué. Y resulta preocupante que sea así cuando las capacitaciones tecnológicas de España en capital humano son bastante considerables —y muchos marchan fuera— y, desde luego, no se ven reflejadas ni en una decidida apuesta en innovación en los presupuestos públicos ni en su encaje en el mercado de trabajo.