Como con la crisis financiera, los bancos centrales están redoblando esfuerzos. No sabemos si será suficiente. Aquella crisis nos dejó otras lecciones muy valiosas para lidiar con los efectos económicos del COVID-19. En la Gran Recesión, en muchos países se cometió el error de cortar líneas de crédito a las pymes y autónomos viables, pero con dificultades de liquidez. De manera muy temprana, porque se conminó a los bancos a frenar en seco el riesgo. En Estados Unidos, donde más rápido se actuó y más aceleradamente se salió, se regó de financiación y liquidez (no solo capital) al sector financiero y a las empresas. Eso permite algo tan esencial como que no se desmorone el sistema porque cuando unas empresas no tienen fondos, otras no cobran, ni sus trabajadores. El efecto dominó es catastrófico.
España tiene la oportunidad de actuar de forma temprana para evitar que lo que ya es una crisis de envergadura se prolongue. La recesión que se esperaba antes del COVID-19 va a llegar a muchos países, pero trae un mazazo adicional para el que hace falta casco y armadura. Desgraciadamente, los planes de ajuste fiscal tendrán que postergarse. En el futuro serán precisos sacrificios considerables.
«La financiación debería tener dos objetivos. El primero, paliar las pérdidas de estos meses y ayudar a que se distribuyan en el tiempo. El segundo, que se permita que continúen los pagos entre empresas para que no se colapse la red de proveedores».
Santiago Carbó
La idea es que se desarrolle una iniciativa público-privada para que los bancos puedan prestar sin que su riesgo se vea comprometido, lo que solo es posible con avales públicos y la concurrencia del siempre recurrido y casi nunca efectivamente usado Instituto de Crédito Oficial (ICO) y otras instituciones similares europeas (BEI). Todas las que puedan arrimar el hombro. El “Plan A” es que esa financiación permita salvar un par de trimestres (como mínimo, el que ya se va a perder y el que usaremos, si todo va bien, para ir recuperándonos). La financiación debería tener dos objetivos. El primero, paliar las pérdidas de estos meses y ayudar a que se distribuyan en el tiempo. Esto no evitará todos los despidos, pero sí muchos, y ayudará a muchas empresas y autónomos a subsistir. El segundo objetivo de la financiación es que se permita que continúen los pagos entre empresas para que no se colapse la red de proveedores. Se trata de evitar el principio del caos que, además, se trasladaría en un aumento de la morosidad al sector financiero. Alemania ya han puesto toda la carne en el asador en esta materia. Aquí urge también hacerlo. El “Plan B” es tener aún más financiación contingente —y algún acuerdo europeo paralelo creíble— por si es preciso alargar las ayudas algún trimestre adicional, algo nada descartable hoy día.
Todo esto tiene costes fiscales, sin duda, pero es fácil adivinar muchos mayores costes económicos, sociales y laborales si no se hace. Si se quiere salvar esta crisis con una salida “en V” en algún momento, hay que financiar la subida de esta cuesta tan empinada. Hay que hacerse a la idea de que en tres semanas esto no estará resuelto. Un exceso de confianza sería fatal y provocaría una recaída en mitad del camino que no aliviaría ni el “Plan B”.
Artículo publicado originalmente en el diario El País.