Desde noviembre de 2022, cuando emergió ChatGPT con fuerza, la inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser un concepto reservado a la ciencia ficción o a los laboratorios de investigación. Hoy está presente en innumerables aplicaciones cotidianas, desde los asistentes virtuales en todo tipo de dispositivos y aplicaciones, pasando por los algoritmos que recomiendan series o productos, hasta los sistemas capaces de generar textos, imágenes o música en cuestión de segundos. El statu quo de la IA se caracteriza por un acceso masivo a herramientas antes exclusivas de empresas tecnológicas, y por una creciente discusión sobre sus implicaciones éticas, económicas y sociales.
Hasta ahora, la IA funciona sobre todo como un complemento con mayores o menos capacidades: automatiza tareas rutinarias, facilita la clasificación de información y acelera procesos creativos o técnicos. Sin embargo, su capacidad aún depende en gran medida de la supervisión humana. Los modelos son poderosos, pero también propensos a sesgos, errores y a la llamada “alucinación” de datos inventados. Esto delimita un presente en el que la IA es útil, pero todavía no autónoma en el sentido que imaginan algunos futuristas.
Respecto al futuro, hay diferentes visiones. La mayoría de ellas son optimistas sobre la enorme revolución que supondrá en la economía y la sociedad. El consenso es que supondrá el eje fundamental de crecimiento empresarial y económico de los próximos años. Esta favorable expectativa parece reflejarse en las valoraciones bursátiles de las empresas tecnológicas, batiendo continuamente récords históricos. Otros analistas y científicos menos optimistas y con más cautelas piensan que tiene componentes de una “burbuja” ya que al final se trataría de un avance potente, pero a la vez “normal” (o al menos no tan “extraordinario”) en la evolución histórica de la tecnología.
El impacto sobre el mercado de trabajo es uno de los puntos más controvertidos. Actividades como la atención al cliente, la traducción o el diseño gráfico ya sienten la presión. La IA puede asumir tareas repetitivas a gran velocidad y bajo costo, lo que implica riesgos de sustitución laboral, sobre todo en puestos de baja o media cualificación. Sin embargo, también abre la puerta a nuevas oportunidades. Se demandan perfiles capaces de entrenar, supervisar y aplicar sistemas de IA en distintos campos, así como competencias en análisis crítico, creatividad y gestión de la innovación. Lo más probable es que no asistamos a una “extinción” de empleos, sino a una reconfiguración masiva.
En suma, el statu quo de la inteligencia artificial refleja un poder en expansión que ya está cambiando la forma en que trabajamos y nos relacionamos. Su futuro dependerá no solo de los avances técnicos, sino de las decisiones sociales, económicas y sobre todo políticas que se tomen en los próximos años. El campo normativo tendrá mucho que decir.
Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.