Las elecciones han dejado el país como un barco que aún navega con viento económico favorable pero sin tripulación. Acecha alguna tempestad. Los mercados recibieron el lunes esta nueva configuración política del país con un aguacero a modo de castigo provisional. Y esto parece sólo el principio de un viaje movidito y de final incierto.
No hace falta ser un devoto ni un sumiso de los mercados para entender que una regla de funcionamiento básica de las economías abiertas es que debe haber credibilidad financiera para poder obtener recursos. Sobre todo en un país como España que sigue dependiendo de forma fundamental de la financiación exterior. Por lo tanto, cuidado con esa especie de “que le den a los mercados” porque es como pegarse un tiro en el pie.
De lo que seguramente pueden olvidarse los inversores y los organismos de supervisión internacionales —empezando por la beligerante Comisión Europea— es de que España redoble sus esfuerzos en reformas. Ya ha sido complicado sacar adelante, a medias y entre críticas, algunas de las más necesarias con un Gobierno en mayoría absoluta. Con los programas políticos y las declaraciones de intenciones a mano, ningún inversor en su juicio esperará ahora una reforma laboral de consenso, un pacto por la educación, un acuerdo sobre cómo y hasta dónde cumplir con los objetivos de déficit o cómo lidiar con la situación de Cataluña sin activar la espoleta del secesionismo. Este parece un panorama desalentador que sólo puede paliar, en alguna medida, un liderazgo compartido y responsable. Así que, como los ejercicios democráticos siempre deben ser bienvenidos, podemos intentar mirar al lado bueno de la vida. El reto es similar al que se ha producido en alguno de los momentos más delicados para la Eurozona y España, en los peores años de la crisis. La falta de cohesión y solidaridad generó una crisis de deuda soberana salvada por los pelos. En aquellos momentos se repitió hasta la saciedad que había una hoja de ruta que trazar y que debía hacerse pública y creíble. Hasta que parte de ese plan no se concretó, el temblor no se nos fue del cuerpo. A España le toca ahora hacer algo similar. Si hay pactos para la gobernabilidad, deben contar con líneas comunes de actuación transparentes y creíbles. Una senda por materias tan delicadas como la consolidación fiscal, el mercado de trabajo o las pensiones. España es tan soberana en sus decisiones como lo son los inversores para no prestarle un euro. No nos llevemos a engaño, los analistas no van a comprar un proyecto que ponga las reformas realizadas patas arriba pero, al menos, si hay un pacto, podrían apoyar una nueva forma de hacer política.
Del mismo modo que la ingobernabilidad fue un escenario posible pero poco deseable hasta este domingo, unas nuevas elecciones pasan a ser un supuesto creíble y una prolongación de la incertidumbre. España está aún lejos de una italianización política porque no sabemos si la nueva diversificación es permanente. En todo caso, días de espera y tensión.