Ha costado mucho tiempo otorgar consideración al análisis bancario en los premios de la academia sueca. La concesión del Nobel de Economía a Ben S. Bernanke (The Brookings Institution), Douglas W. Diamond (University of Chicago) y Philip Dybvig (Washington University) supone un redimensionamiento de unas contribuciones que eran, al menos en parte, de largo conocidas y con notable incidencia práctica, pero que, tal vez, habían estado afectadas por un cierto estigma. Lo bancario era antipático o generaba cierta animadversión social tras la crisis financiera de 2008. Las ramificaciones de las contribuciones de estos tres economistas son hondas y pueden haber evitado males mayores para un tipo de crisis, las financieras, que, en todo caso, han tenido una grave y negativa incidencia económica y social. Hay que tener en cuenta que las principales contribuciones de estos economistas se produjeron a principios de la década de 1980 pero han sido la base sólida de modelos de supervisión y de gestión de crisis más o menos afortunados, pero con necesidades evidentes de conocimiento.
El caso de Bernanke es particularmente paradigmático, porque aúna una combinación rara de conocimiento académico de las crisis financieras —es, tal vez, el más destacado analista de la Gran Depresión de la década de 1930 en Estados Unidos— y la práctica como banquero central. A él se debe buena parte del camino que llevó desde la resolución de la crisis financiera de 2008 en Estados Unidos hasta la expansión cuantitativa sin precedentes que, aun hoy, se sigue considerando tanto un mecanismo que salvó a la economía en aquellos años como un experimento con consecuencias de largo plazo que están aún por dilucidar. En todo caso, Bernanke ilustró muy a las claras el coste social y de confianza que tienen las crisis por la disrupción que suponen en los canales de información financiera, racionando excesivamente el crédito y, por extensión, lastrando la inversión productiva de forma considerable.
No puedo evitar mostrar cierta emoción por la parte del galardón que corresponde a Doug Diamond, al que conocí durante mi estancia en Chicago durante la crisis financiera y a quien pudimos invitar al Foro de Finanzas organizado en la Universidad de Granada en 2011 y en Madrid en 2017, con una recordada contribución en Papeles de Economía Española de Funcas. Sus contribuciones junto al tercer premiado, Philip Dybvig, dan cuerpo a los estudios que permiten describir a los bancos como intermediarios necesarios para tomar depósitos y transformarlos en crédito, si bien, a su vez, están sujetos a delicados equilibrios que los hacen susceptibles a situaciones de tensión financiera —pánicos bancarios— que hacen necesaria la participación del Estado como prestamista de última instancia, ofreciendo sistemas de fondos de garantía de depósitos. En todo caso, como bien es sabido, todo en finanzas tiene un poco de azúcar, pero también de sal para la economía y estos seguros de depósitos han sido también frecuentemente puente hacia los rescates bancarios. El análisis teórico de Diamond y Dybvig ha sido, en todo caso, inspirador para toda la profesión, si bien la complejidad creciente del entorno financiero requiere de nuevas soluciones para evitar estas desoladoras crisis.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.