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Reformas que miran al futuro

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Las próximas semanas abren una oportunidad para debatir sobre el futuro económico del país. A corto plazo, las tendencias son positivas. Pese a la anemia que parece haber ganado Europa —y singularmente la locomotora alemana, que muestra señales preocupantes de estancamiento desde mitades de 2018— la economía española sigue expandiéndose a buen ritmo. Son pocos los indicadores disponibles desde el inicio del año, pero la mayoría ratifican la previsión de una suave desaceleración. La moderación de la inflación, junto con el aumento de rentas salariales, podría aportar un estímulo adicional a la demanda durante los próximos meses.

Gráfico 1

Más allá del presente ejercicio, será complicado seguir acortando el diferencial de nivel de vida con respecto a Europa. Las recientes previsiones de la Comisión Europea para 2020 apuntan a un crecimiento del 1,9%, apenas 3 décimas superior a la media de la eurozona. A ese ritmo, el proceso de convergencia se atascará, a la vez que le reducirá el margen de maniobra para contener los déficits sociales. 

Gráfico 2

Es por ello que la mayoría de analistas han venido mostrando su preocupación por la ausencia de grandes reformas desde el inicio de la recuperación. La Agenda del Cambio coordinada por el Ministerio de Economía con Moncloa y que se dio a conocer la semana pasada destaca por presentar un conjunto coherente de medidas que intenta suplir a esta carencia. Las propuestas –muchas de las cuales deberían recoger un amplio consenso—tratan de paliar barreras al crecimiento inclusivo, desde las brechas en materia de educación, hasta la política tecnológica y de transición ecológica, pasando por el mercado laboral y las pensiones, así como la cuestión crucial de la eficiencia de las administraciones públicas.  

La Agenda acierta en tocar todas las teclas del cambio, además de enmarcarlas en un diagnóstico sin complacencia del punto de partida. Sin embargo, no aborda la cuestión crucial de por dónde empezar, ni de cómo lograr un esfuerzo sostenido en el tiempo, que transcienda los vaivenes de la política nacional.

No es fácil responder a esta cuestión. Sin duda una acción simultánea sería preferible (es la opción que más gusta a los organismos internacionales), pero en la práctica resulta poco realista. Además, la experiencia internacional –y la nuestra de épocas anteriores– muestra que el éxito reside en la priorización. Y es que, como muestra Dani Rodrik, cada economía se enfrenta a su propio factor limitativo. En la Alemania de los 2000, la clave estaba en el mercado laboral. Portugal está reformando en profundidad su sistema educativo, además de avanzar en la corrección de los desequilibrios macroeconómicos, con resultados esperanzadores.

Por aventurar una hipótesis poco arriesgada para el caso que nos preocupa, el de España, todo indica que el principal factor limitativo deriva de la elevada tasa de paro, así como de una de sus principales causas, la temporalidad del empleo. Sin un esfuerzo sostenido para atajarla, otras reformas tendrán un impacto decepcionante. Pensemos en la extensa precariedad entre titulados universitarios, que impide el pleno desarrollo de su potencial productivo. O la incongruencia que supone apostar por la innovación, en un mercado laboral tan segmentado donde la rotación de personal impide la acumulación de competencias –factor clave para el aprovechamiento del cambio tecnológico. Además, el débil incremento de la productividad está relacionado con los desequilibrios de nuestro mercado laboral. Como también lo está el carácter marcadamente pro-cíclico del desempleo, fuente de desigualdades sociales.    

La simplificación del menú de fórmulas de contratación, la lucha contra el fraude laboral y la instauración de una “mochila austriaca” tienen capacidad para tratar el mal a la raíz. Sin embargo, la agenda no especifica las modalidades de estas reformas, dejando un espacio para el diálogo.     

El otro ingrediente del éxito —la persistencia del impulso reformista en el tiempo— no es menos determinante. El camino pasa por la búsqueda de consensos en torno a una estrategia de largo alcance, para no correr el riesgo de perder el tren de la revolución digital.

Fuentes de los gráficos: Comisión Europea, previsiones de enero 2019, y Funcas.

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