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Ratings soberanos

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Hace ahora una semana, Moody’s rebajó la calificación crediticia de Estados Unidos de Aaa a Aa1, desapareciendo así la última notan máxima que conservaba entre las tres principales agencias tras las rebajas de S&P en 2011 y Fitch en 2023. La decisión se fundamentó en la creciente preocupación sobre su deuda pública, el aumento de los costes de la misma y la falta de medidas fiscales efectivas por parte del gobierno y el Congreso para aminorar los déficits persistentes. Moody’s proyecta que, de mantenerse esta tendencia, la deuda federal podría alcanzar el 134% del PIB en 2035. Aunque la agencia mantiene una perspectiva “estable” para la calificación Aa1, advierte sobre riesgos institucionales y económicos, como la polarización política y lo incierto del resultado de la negociación arancelaria. Señala que la recaudación por las futuras tarifas a la importación va a tener un limitado impacto en las cuentas públicas americanas.

La rebaja del rating afectó a los rendimientos de los bonos del Tesoro a 30 años, que superaron el 5%. Asimismo, el dólar se debilitó frente a otras divisas y la renta variable también sufrió. Otros bonos soberanos como los británicos (gilts) también vieron aumentar su rentabilidad. La administración Trump criticó la decisión, atribuyéndola a políticas fiscales previas y calificándola de un indicador que refleja el pasado, no el presente o futuro. La decisión de Moody’s probablemente aumentará los costes de endeudamiento de EEUU –los inversores exigen mayores rendimientos para compensar el creciente riesgo percibido– y además puede poner algunos nubarrones sobre la confianza en la capacidad de Estados Unidos para gestionar su política fiscal de manera sostenible.

No son episodios simbólicos. Un ejemplo claro fue la crisis financiera vivida en el Reino Unido en octubre de 2022, durante el breve mandato de Liz Truss. Su gobierno propuso recortes fiscales en un momento de inflación elevada y sin respaldo del Banco de Inglaterra. Los mercados reaccionaron con una venta masiva de bonos británicos, provocando un aumento súbito de los rendimientos y forzando intervenciones de emergencia por parte del banco central. Esa crisis no fue causada directamente por una bajada del rating, pero mostró cómo una pérdida de credibilidad fiscal puede desencadenar una crisis de confianza rápida y peligrosa, incluso en economías avanzadas. También está la pesadilla de la crisis de la deuda soberana europea hace 15 años. Aunque se está lejos de aquella situación, la UE no debe perder de vista estos riesgos en un contexto global convulso, debilidad macroeconómica en el bloque y considerable aumento del gasto fiscal que se viene en seguridad y defensa. Con esas dudas globales y una deuda pública creciente, la credibilidad fiscal se convierte en un activo estratégico. Su pérdida puede tener consecuencias tanto inmediatas como duraderas. 

Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.

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