Conforme el entorno fintech se va asentando, se perciben nuevas claves que marcan su futuro. Las seguimos muy de cerca desde el Observatorio de la Digitalización Financiera (ODF) de Funcas, en colaboración con KPMG. De esa colaboración han surgido varios informes y, en los dos últimos, se analiza la estructura competitiva y estratégica del fintech en España y el proceso que siguen los españoles para adoptar este tipo de servicios. Una de las conclusiones más importantes que se extraen que algunos de los supuestos que se hicieron no hace mucho respecto a este fenómeno no se están cumpliendo. La principal era que el fintech se trataba de una alternativa a los bancos, que amenazaba incluso con su desaparición y en la que el factor humano iba a tener un papel residual. Más bien, se trata de una transformación para el conjunto del sector financiero, donde las innovaciones se están desarrollando cada vez más en un entorno cooperativo, en lugar de sustitutivo.
También se observa que algunas iniciativas son mera aplicación a las finanzas de las usadas en otros sectores. En ese grupo se encuentran, por ejemplo, las apps que ofrecen comparativas de servicios de terceros o buscadores especializados. Pero la verdadera innovación en este mercado es la que surge de servicios con un carácter transversal. No hace falta que se trate del nuevo Facebook o Apple de los servicios financieros sino de convertirse en una eficiente solución. Tal vez los desarrollos más frecuentes en este ámbito de transversalidad son los relativos a medios de pago pero también se están desarrollando otros muchos de gran interés en otros servicios como los seguros (insurtech), los inmobiliarios (proptech) o el cumplimiento normativo (regtech), por citar unos cuantos. Y ganan cada vez más peso los que permiten manejar grandes volúmenes de información y transacciones con seguridad, un territorio donde reina el blockchain, y en el que la mayor parte de sus posibilidades de aplicación financiera están por explotar. Estas cadenas de bloques son, probablemente, la más transversal de estas innovaciones hasta la fecha. Desde la perspectiva de la demanda, nuestras investigaciones señalan también que la adopción de servicios financieros digitales comienza con actividades de consulta y comunicación, que generan las relaciones de confianza que dan paso a operaciones como las de pago y transferencia de fondos.
En este entorno innovador, estimamos que es precisa una articulación laboral equilibrada. En particular, habrá que estar atentos en la industria financiera es el equilibrio entre las posibilidades de la economía colaborativa y las condiciones laborales. Y aprender de los problemas y soluciones que se están dando en plataformas como Uber o Cabify, en las que las ganancias de eficiencia en el servicio no se trasladan, en algunos casos, a empleos de suficiente calidad en sus términos y condiciones. Esta necesaria protección del trabajador, sin embargo, corre el riesgo de malinterpretarse y llevarse a un ámbito demasiado amplio en Europa, porque la regulación está siendo restrictiva en varios ámbitos. Uno de ellos es, simplemente, el puro reconocimiento de la economía colaborativa como tal. Otro, de gran relevancia, es el excesivo celo en la protección de datos. Siendo esta muy importante, la normativa es, en ocasiones, demasiado restrictiva y no permite desarrollar en la medida en que sería deseable investigación en áreas muy importantes como la inteligencia artificial o que los consumidores europeos no puedan disfrutar de todas las ventajas de empresas como Google o Facebook.
«En lo que se refiere a un sistema financiero como el español, que siempre ha estado a la vanguardia tecnológica, es preciso estar atentos a cómo afecta a las posibilidades de desarrollo fintech el que la apuesta por la innovación y la investigación desde las instituciones públicas sea muy limitada».
En el ámbito financiero, regulaciones como la segunda Directiva de Pagos (PSD2) se han preocupado fundamentalmente de que las fintech no bancarias puedan compartir recursos informativos de terceros (normalmente de clientes de bancos) y aún está por ver si esta cuestión favorece la competencia a costa de cierta seguridad en una industria donde la estabilidad es una cuestión sistémica. Esta directiva, además, no se ha centrado demasiado en regular funciones sino instituciones. Queda camino por recorrer en el ámbito regulatorio para generar un entorno competitivo igualitario (level playing field) y una acreditación suficiente del ámbito de actuación de algunas fintech.
¿Cómo encaja este entramado de innovaciones y regulación en nuestro país? En lo que se refiere a un sistema financiero como el español, que siempre ha estado a la vanguardia tecnológica, es preciso estar atentos a cómo afecta a las posibilidades de desarrollo fintech el que la apuesta por la innovación y la investigación desde las instituciones públicas sea muy limitada. Los bancos pueden ocupar buena parte de ese espacio –en la medida en que pueden hacerse más tecnológicos que nunca– pero otras empresas e innovaciones financieras alternativas siguen sin tener posibilidades de crecimiento en la medida en que los mercados alternativos (como el MAB) siguen dominados por empresas de mercado carácter inmobiliario. En España existen la formación y los recursos humanos pero hay rigidez presupuestaria en esta materia y numerosos engorros administrativos. Tal vez una vía de salida para ese capital humano (ingenieros informáticos, de telecomunicaciones y formaciones similares) será convertirse en los nuevos solucionadores de problemas en la industria financiera, donde la relación oferta-cliente no se va a dirimir mucho tiempo a dos lados de una mesa sino en un ámbito de interacción mucho más dinámico. Así, por ejemplo, en el sector bancario, la oficina no será la principal unidad de negocio. Y muchos consideraron que esto implicaría una deshumanización de los servicios financieros minoristas cuando, en realidad, es una redefinición de la relación agente-cliente más práctica, con cobertura 24h y en ámbitos de interacción variados, no siempre virtuales pero tampoco circunscritos a un lugar fijo como la sucursal.
En cuanto a la esfera internacional, el movimiento más destacado es el que se refiere a las ofertas iniciales de moneda (Initial Coin Offerings o ICO). Movieron miles de millones de dólares en 2017.
Algunos consideran que el pasado año fue el de una burbuja de criptomonedas que explotará en 2018. Esta apreciación está influida, sin duda, por lo que sucede con el bitcóin. Se trata de una moneda no apta para cardiacos, con un componente especulativo no acompañado de valor añadido en muchos casos y con un uso y un respaldo financiero demasiado opacos. Pero el concepto de emisiones de divisas virtuales es demasiado poderoso. Uno de los ejemplos más claros de su potencial utilidad es el J Coin japonés. En un país donde el efectivo sigue dominando el 70% de las transacciones, sus autoridades y bancos se han lanzado a la promoción de una moneda virtual que esperen que tenga significativa penetración en el país para los Juegos Olímpicos de 2020.
«La certificación de seguridad se va a convertir en un sello fundamental para desarrollar actividades financieras, una cuestión que las autoridades tienen que tomar muy en serio».
Con los ICO hay que separar el grano de la paja, las iniciativas promovidas por celebridades (el boxeador Mayweather ya ha lanzado al menos dos ICO) de las más serias y respaldadas. Del bitcóin siempre quedará el blockchain y sus derivaciones, como una tecnología que puede representar para las finanzas lo que el papiro fue para Egipto. Resulta difícil pensar que los ICO vayan a la baja precisamente ahora que los inversores institucionales tienen especial predilección por ellos y hasta mercados como el de futuros en Chicago les dan cobertura.
Finalmente, no pueden obviarse los riesgos que sigue afrontando el fintech. En el mundo financiero, la información ha sido siempre un input y output esencial. Sin embargo, como en otras esferas, se está generando una nueva economía de la información y la desinformación porque ambas pueden mezclarse a la misma velocidad, movidas por intereses no siempre edificantes y que implican un riesgo para este negocio y un reto para la supervisión.
El ciberterrorismo y, en general, el fraude son amenazas serias que cuentan con respuestas importantes desde el sector pero, en ocasiones, más reactivas que previsoras. La certificación de seguridad se va a convertir en un sello fundamental para desarrollar actividades financieras. Es una cuestión que las autoridades tienen que tomar muy en serio y que debería comenzar por tratar de evitar que algunos proveedores aprovechen un desigual trato regulatorio en diferentes circunscripciones.
Ese que podríamos llamar un arbitraje regulatorio virtual es una amenaza seria para evitar escándalos y amenazas sistémicas. En este ámbito regulatorio existe, además, una importante oportunidad de cooperación entre regulador e industria. Se trata, de hecho, de un terreno en franca expansión, los sandboxes regulatorios. Un campo de pruebas para nuevos modelos de negocio que aún no están bajo normativa vigente, supervisados por las instituciones regulatorias. Se necesitan supervisores financieros ágiles. Tal vez 2018 sea el año del suptech.