Este martes, tal y como se temía desde hace algún tiempo, el euro alcanzó la paridad con el dólar estadounidense. Nadie se atreve en estos momentos a especular que pasará con el valor de las dos divisas principales del mundo en los próximos días y semanas, pero hay que recordar que en el último año el euro se ha depreciado con respecto al dólar más del 15,6%. Es una tendencia intensa y llena de significado. Muchos son los factores que explican esa evolución. Sin duda, la economía de la eurozona está mucho más expuesta a la guerra de Ucrania y a las consecuencias de las sanciones a Rusia, en particular lo que acontece alrededor del gas de ese país. Sin embargo, además de un elemento geopolítico de tanta trascendencia, hay razones financieras y económicas que han hecho perder valor al euro.
Los tipos de interés —desde luego, los oficiales, los primeros— continúan siendo más bajos en Europa que en Estados Unidos, por lo que los activos denominados en dólares son más demandados, ya que ofrecen en estos momentos una mayor rentabilidad. El capital fluye hacia esa divisa, encareciéndola con respecto al resto, incluido el euro. Una cuestión coyuntural que lógicamente afecta son las mayores dudas actuales sobre lo que el Banco Central Europeo podrá hacer en materia de control de inflación y a la vez evitar una fragmentación financiera en la zona euro, para lo que la implantación de un nuevo mecanismo potente y creíble de compra de deuda parece más necesaria que nunca. Casi me atrevería a afirmar que urgente. No puede olvidarse, además, que en medio de tanta incertidumbre el dólar se ha convertido en moneda refugio.
La economía europea ha mostrado una menor competitividad que la estadounidense desde hace tiempo. Eso no se había reflejado en el valor relativo del euro y el dólar, pero con la llegada de las turbulencias, todo pesa. Más aún, con la enorme vulnerabilidad del Viejo Continente en materia de energía. La desaceleración económica —el Eurogrupo ha anunciado que va a empeorar nuevamente sus previsiones tanto en crecimiento del PIB como en inflación— puede acabar en recesión en los países más dependientes del gas ruso. La incertidumbre y la subida de tipos está aminorando el potencial de crecimiento de las economías. El gran riesgo en Europa —sobre todo en Alemania, motor económico del continente— está en el corte de suministro de gas ruso. Esa amenaza ya genera efectos negativos, tal y como reflejó el indicador del instituto de análisis alemán ZEW publicado este martes, que muestra una confianza bajo mínimos de los inversores para la economía teutona.
Muchos exportadores europeos puede que se alegren de ese abaratamiento del euro, que aumenta la competitividad de sus bienes y servicios. Sin embargo, no llegará a todos: las expectativas para los sectores económicos intensivos en energía y orientados a la exportación están cayendo pronunciadamente. Las importaciones de combustibles —que se compran en dólares— se encarecerán. Por si fuera poco lo que ya teníamos, esa paridad del euro y dólar se añade a la lista de notables inquietudes económicas de los próximos trimestres.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.