El inicio del nuevo curso tras las vacaciones veraniegas se presenta complicado y al mismo tiempo esperanzador. Lo de complicado surge al ver cómo las principales economías europeas han caído en un estancamiento que bordea la recesión, con inflación cercana a cero (negativa en algunos países como España), que no ayuda a salir de una crisis de deuda, y con tasas de paro históricamente altas. Ello supone un lastre añadido más (por si no teníamos pocos de orden doméstico) para la consolidación de la incipiente recuperación de la economía española. Lo de esperanzador viene al ver que, como consecuencia de esta situación, algo se está moviendo en Europa en aras a implementar políticas que estimulen el crecimiento y la creación de empleo a corto plazo. A las dos patas tradicionales de la política económica europea desde que estallara la crisis del euro –ajustes de las cuentas públicas para hacerlas sostenibles y reformas estructurales, sobre todo en el ámbito laboral- ahora se abre paso una tercera, hasta ahora proscrita, la utilización de las políticas monetaria y fiscal. En realidad, estas novedades ya se han estado introduciendo a lo largo del último año de forma tímida y sin darles mucha publicidad, como si se estuviera haciendo algo pecaminoso. Los objetivos de déficit público se revisaron al alza para algunos países, entre ellos España, lo que ha sido muy importante para nuestra recuperación, y el BCE ha estado anunciando que estaba preparado para hacer algo similar a lo que desde el inicio de la crisis vienen haciendo la Reserva Federal americana y otros bancos centrales. Ahora empieza a aceptarse la necesidad de esta tercera pata y el BCE se ha situado en vanguardia con las medidas tomadas y anunciadas el pasado jueves. Falta lo más difícil, convencer a Alemania de que lleve a cabo una política fiscal expansiva y permita que otros países suavicen el proceso de ajuste.
Por lo que respecta a España, los datos conocidos durante el mes de agosto muestran que la recuperación estuvo ganando intensidad hasta el inicio del verano, pero que está perdiendo algo de fuerza posteriormente. El negativo contexto europeo, la desaceleración de los países emergentes, el menor crecimiento del turismo en este año y la pérdida de competitividad fuera de Europa como consecuencia del alto valor del euro explican gran parte de esto último. El sensible termómetro de las afiliaciones a la Seguridad Social ya recoge esta pérdida de fuerza. Estas siguen aumentando, pero a menor ritmo que en el primer semestre [gráfico inferior derecho].
El PIB creció seis décimas porcentuales en el segundo trimestre (2,3% en tasa anualizada). Con ello la recuperación ya ha cumplido un año, en el cual este agregado ha aumentado 1,2 puntos porcentuales. Puesta en perspectiva, esta ganancia supone un sexto de los 7,4 puntos que se perdieron desde el inicio de la crisis. Nos falta, por tanto, mucho trecho para salir del agujero [gráfico superior izquierdo]. Como en los trimestres anteriores, el consumo de los hogares y la inversión de las empresas en equipamiento siguieron siendo los principales motores de la recuperación, pero la novedad es que la construcción (de momento la no residencial, ya que la residencial sigue cayendo, aunque a ritmos cada vez menores) se ha sumado a la fiesta. Algo tienen que ver con ello las menores restricciones presupuestarias y el fuerte crecimiento de las licitaciones públicas a lo largo del último año. Las exportaciones volvieron a tasas positivas en este trimestre, pero su crecimiento se quedó por debajo del de las importaciones. Como consecuencia, la aportación de la demanda externa neta sigue siendo negativa [gráfico superior derecho], lo cual no es normal en esta fase incipiente de la recuperación ni sostenible a medio plazo, ya que ello vuelve a situar en terreno deficitario a la balanza de pagos [gráfico inferior izquierdo]. Dicho de otra manera, volvemos a gastar por encima de las rentas que generamos, lo que nos llevará a aumentar de nuevo las deudas antes de que estas hayan disminuido hasta niveles sostenibles a largo plazo. El problema es que el ahorro privado está cayendo notablemente y el público no se recupera.
Uno de los mejores datos del segundo trimestre ha sido el aumento de las personas ocupadas. En todo caso, el empleo que se crea es en su gran mayoría de bajo valor añadido, baja productividad y bajos salarios. Ciertamente, esto es mejor que nada, pero nos indica que el ansiado cambio de modelo de crecimiento es más un deseo que una realidad.
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Ángel Laborda es director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros (FUNCAS).