Obviamos formar parte de cosas que criticamos. Arreamos a los políticos pero son los que votamos. Sabemos que pagamos por los servicios de forma distinta pero lo aceptamos o no según nuestra simpatía por el tipo de negocio, en lugar de por el valor de lo que recibimos. Sería sano ponerse al frente, asumir el papel protagonista. Pensar hasta qué punto las cosas nos pertenecen o nos afectan y, en conformidad, pedir a los legisladores acción.
El del sector financiero es un caso importante de transición desde la crítica a la acción. Claro que hay intereses empresariales pero el dinero es el de nuestros bolsillos. Todos somos parte del sector financiero, queramos o no. Es más constructivo pedir que criticar. Regular que prejuzgar. Con cierto nivel de exigencia, la banca del futuro debe ser más a medida del ciudadano. No solo como servicio sino para responder a la gran demanda poscrisis: que los problemas de estabilidad financiera los paguen los accionistas y bonistas bancarios y no el contribuyente. La bancaria es una industria estratégica: determina gran parte de la inversión, el ahorro y la planificación del ciclo vital y empresarial. Como español cabe preguntarse qué se puede esperar de la banca española y qué pedirle, regulatoriamente hablando.
«En los últimos días se han aprobado disposiciones normativas financieras esenciales, destacando la nueva ley hipotecaria […] si nos informamos, descubrimos que la mayor colaboración ha venido del propio sector financiero, el más interesado en acabar con tanta incertidumbre en torno a las hipotecas».
La confianza es un punto de partida. Encuestas globales como la de Edelman (hay otras con resultados similares) señalan que un 54% confía en otras personas parecidas a ellas tanto como en sí mismas. Sin embargo, un 50% lo haría en un asesor financiero, un 39% en un periodista y un 35% en el gobierno y los reguladores. El castillo de la credibilidad se construye al revés. Aun así, la confianza en el sector financiero está tocada.
En los últimos días se han aprobado disposiciones normativas financieras esenciales, destacando la nueva ley hipotecaria. Aunque su desarrollo reglamentario puede tardar en medio del impasse político, es un capítulo esencial del que, si nos informamos, descubrimos que la mayor colaboración ha venido del propio sector financiero, el más interesado en acabar con tanta incertidumbre en torno a las hipotecas. Un resumen bruto pero tal vez ilustrativo es que no serán posibles cláusulas abusivas pero tampoco hipotecados naif. El margen que un banco obtiene cada año por sus servicios bancarios o una hipoteca es ostensiblemente menor que el de una copa de vino, un taxi o una habitación de hotel, todos ellos servicios de sectores menos regulados.
Resulta también llamativo y trascendental que en un sector tan transversal como el bancario se apruebe un banco de pruebas (sandbox) para que otros actores digitales colaboren y compitan con las entidades financieras. El Gobierno ha aprobado el anteproyecto y aunque las elecciones pueden retrasar su entrada en vigor, existe consenso. Es algo en lo que tecnológicamente Europa va por delante de Estados Unidos (una rara excepción) y en lo que España y su sector financiero se abren como nunca y como pocos sectores lo hacen, teniendo en cuenta la resistencia a la digitalización en un amplio abanico de servicios en nuestro país.