Estos días facilitan la reflexión de lo acontecido en materia económica el pasado año y cuáles son las perspectivas para el recién iniciado. 2023 estuvo caracterizado por algunas sorpresas, en general positivas. Algunas fueron de naturaleza macroeconómica –sin recesión generalizada y con moderación de la inflación– y otras de mercados, donde se vivió un entorno alcista algo inesperado para una coyuntura monetaria de elevados tipos de interés. No es fácil apostar por si se mantendrán esas condiciones, en plena ralentización económica. Sin embargo, el probable horizonte de próximas bajadas de tipos ofrece una luz de esperanza a un ejercicio, que, de otro modo, podría ser más bien gris. En cuanto a otras sorpresas y su magnitud, cabría esperar que fuesen más reducidas de producirse. Ya han acontecido buena parte de las correcciones inesperadas en 2023 y, además, el mercado comenzó a descontar hace algunos meses –como muestra la evolución a la baja del euríbor–, las probables reducciones del precio de dinero antes del verano.
Ha llamado la atención y se ha escrito mucho en el último mes sobre la falta de cumplimiento de los pronósticos de hace ahora un año de la mayoría de los analistas y organismos oficiales. Se quedaron cortos en la estimación del crecimiento de PIB. El dato previsto hoy de crecimiento del 2,4% para 2024 duplica el estimado hace un año. Conforme avanzaba 2023 y entraban en juego nuevos factores, las previsiones fueron desplazándose hacia niveles más optimistas. Explican lo ocurrido factores como el mejor comportamiento moderado de los precios de la energía, la entrada de extranjeros o la mejora del poder adquisitivo. Los pronósticos sobre la inflación de hace doce meses –moderándose más de lo esperado– tampoco dieron en el clavo.
Realizar previsiones macroeconómicas no es fácil. Siempre se puede lógicamente aspirar a mejorar su calidad, pero es más fácil en teoría que en la práctica. Se elaboran profesionalmente, con toda la información disponible. Tienen una gran utilidad para ayudar a tomar decisiones de gasto e inversión a empresas, consumidores y Gobiernos. Cuanto mayor es el plazo, más difícil realizar el ajuste fino del pronóstico. Un año entero comienza a ser un espacio de tiempo considerable como para no tener que introducir retoques según se avanza en el mismo. Asimismo, algo parece haber cambiado en la macroeconomía y cómo predecirla desde la crisis financiera global de 2008 y años posteriores, y las medidas monetarias, fiscales y financieras extraordinarias aprobadas en todo el mundo, muchas de ellas en vigor hasta 2022, por la pandemia y la guerra de Ucrania. Esas acciones públicas, como mínimo, parecen estar generando cierta capacidad de amortiguar los efectos de periodos de debilitamiento económico, bien directamente o a través de una mayor resiliencia del mercado de trabajo, también destacable.
Asimismo, hay elementos metodológicos como la estimación de las actividades tecnológicas y otras intangibles, que hacen más complicado el ajuste fino en los pronósticos. Suponen una porción creciente del PIB, que además en 2024 y años venideros con la aplicación de la nueva inteligencia artificial (IA) puede ser un revulsivo –difícilmente estimable con exactitud– para la productividad y el crecimiento.
En todo caso, 2024 se inicia con una clara desaceleración económica. Eso sí, algo alejada de aquel previsto crecimiento negativo de hace un año. Los casos recientes de recesión y los que puedan venir próximamente parece que serán leves y meramente técnicos. El margen para una sorpresa positiva en lo macro es menor, ya que se parte de escenarios menos pesimistas que los de 2023, aunque no sea para tirar cohetes. Habrá que ver si se termina sintiendo negativamente esa ralentización en el empleo, algo que empeoraría las expectativas.
La palanca de bajar tipos de interés está preparada si se mantiene la moderación en la inflación y la economía continúa mostrando debilidad. Si finalmente se bajan los tipos habrá que recalibrar nuevamente los efectos esperados –en este caso positivos–, que podrían dar lugar a una cierta sorpresa agradable sobre la actividad económica avanzado el año. Eso sí, con un ojo puesto en la inflación. Aunque la guerra en Gaza no haya impactado en los mercados energéticos por ahora, las crisis geopolíticas –cuidado con la escalada de la tensión en el Mar Rojo– pueden volver a dar un susto al precio de los combustibles y materias primas. Se habla también del temor a efectos de segunda ronda vía salarios –que están creciendo–, pero está por ver si finalmente generarán alguna retroalimentación inflacionaria.
Por último, 2023 fue un ejercicio de ganancias en los mercados. Con sus incertidumbres y volatilidad, pero con sorpresas positivas generalizadas, que llegaron hasta el bitcoin a partir del verano. La renta variable tuvo un año destacable. El mejor para el Ibex 35 desde 2009, con una revalorización de cerca del 22,8%. Es muy pronto para ver qué sucederá en 2024. La probable disminución de tipos puede ayudar, pero la magnitud del impacto dependerá mucho de cómo evoluciona la macroeconomía y la actividad empresarial. Sin olvidar que parte de los efectos positivos pueden haberse descontado en el último trimestre. Aun así, también hay recorrido para la inversión con elevado potencial, como es la nueva IA, por ejemplo, que puede ser un puntal para el mercado. En resumidas cuentas, a pesar de la actual desaceleración, el escenario más probable para la economía y mercados en 2024 es que se prolonguen algunas sorpresas (positivas) pero menos que en 2023.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días