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No es tiempo de quimeras

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Los indicadores de confianza y de empleo que se han dado a conocer en fechas recientes confirman lo que ya se temía, es decir una parálisis sin precedentes de la economía, cuyas consecuencias ya se perciben en la tesorería de las empresas y en los ingresos de las familias, especialmente las más vulnerables. El plan de emergencia ha empezado a desplegarse, con el objetivo acertado de mantener el tejido productivo en respiración artificial hasta que la pandemia de Covid-19 se modere, algo que permitiría suavizar las medidas de restricción a la actividad y a la movilidad de las personas.

Sin embargo, las primeras informaciones muestran que el dispositivo no alcanza la envergadura suficiente para contener el riesgo de una oleada de cierres de empresas  en cascada y de destrucción de puestos de trabajo que se cierne sobre nuestro país. La inyección de una primera dosis de 20.000 millones de euros de garantías de crédito para sectores en dificultad se ha agotado en pocas horas. Los pequeños negocios son los más necesitados, como se vaticinaba, y también los que menos ayuda han recibido en relación a sus necesidades.

«El gobierno hace bien en desoír las llamadas a una moratoria generalizada en el pago de impuestos. La clave está, por el contrario, en centrar todos los esfuerzos en la salvaguarda del tejido productivo, algo que precisa de medidas bien diseñadas y focalizadas en los sectores más frágiles».

Raymond Torres

Se impone, por tanto, la puesta en marcha, de manera urgente, de un nuevo paquete de avales públicos, de un monto más elevado y con una proporción incrementada para las pymes y los autónomos. También conviene mejorar las condiciones de esos créditos, a la luz de la experiencia internacional. En Francia los tipos de interés para estos créditos no superan el 0,5% –mientras que en España pueden llegar hasta el 1,2%–, y en su último plan de choque anunciado esta semana, Italia ofrece avales para pymes sin coste alguno.

Gráfico 1

Gráfico 2

(*) Empleo no asalariado y asalariado temporal.

Por otra parte, el gobierno hace bien en desoír las llamadas a una moratoria generalizada en el pago de impuestos. La clave está, por el contrario, en centrar todos los esfuerzos (y los escasos recursos todavía disponibles) en la salvaguarda del tejido productivo, algo que precisa de medidas bien diseñadas y focalizadas en los sectores más frágiles, de modo que se eviten quiebras en cascada.

En cuanto al mercado laboral, la respuesta se articula en torno a los ERTE, que es sin ninguna duda el instrumento adecuado para esta crisis. Pero esta fórmula apenas ampara a las más de 4 millones de personas con contratos temporales, muchos de los cuales vencen en las próximas semanas. Aquí también una ampliación de los ERTE a estos colectivos parece obligada, para prevenir una acumulación de paro de larga duración (y la aparición de efectos histéresis, muy difíciles de corregir cuando entran en acción).

Todo ello se superpone a las medidas de gasto sanitario sin las cuales nos exponemos a más contagios y a una recaída de consecuencias impredecibles sobre la economía. El resultado previsible es un fuerte incremento de la deuda pública española. No obstante, incluso con una financiación en solitario, una intervención pública rápida y bien calibrada limitará los impagos de deuda privada y por tanto el riesgo de contagio al conjunto del sector financiero –algo que abriría un nuevo frente en la crisis. Además, de momento la deuda pública se está financiando en condiciones favorables, pese al ligero repunte de la prima de riesgo por encima de los 115 puntos.

En suma, conviene elevar la escala del plan de emergencia y adaptarlo a lo que vamos aprendiendo del impacto del virus.  Sin esperar la “mutualización” de la deuda generada por el Covid-19 mediante la emisión de eurobonos, una perspectiva muy incierta, o un acceso incondicional al Mede (el plan del Eurogrupo anunciado esta semana incorpora criterios y restricciones al uso del fondo especial de rescate). De cara a Europa, tal vez convendría centrar los esfuerzos en la fase de recuperación que se abrirá cuando la crisis sanitaria empiece a remitir y las restricciones a la actividad a relajarse. La creación de un fondo europeo de apoyo a los parados y un incremento concertado del capital del Banco Europeo de Inversiones, por su potencial multiplicador, parecen opciones más realistas que los eurobonos. Porque no es tiempo de quimeras.


Fuente de los gráficos: Funcas, basado en Eurostat.

Este artículo apareció originalmente en el diario El País

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