El plan europeo para la recuperación económica, de existir uno, sería el que ha definido el BCE: aportar liquidez mientras se conforman sectores bancarios más seguros y se ajustan los desequilibrios más importantes (deuda, desempleo). No parece que ese canal de transmisión de la política monetaria a los bancos, y de estos a la economía real, funcione del todo. Ocho años después del inicio de la crisis, entidades financieras europeas como Standard Chartered, Credit Suisse, UBS, Barclays o Unicredit anuncian planes de reestructuración que implican la pérdida de miles de empleos. En Italia se plantean incluso crear un banco malo para dar salida a la deuda problemática.
España es una aparente rara avis en este contexto, porque su economía crece con mucho más vigor que la europea y porque la reestructuración bancaria empezó mucho antes y fue más dramática. En todo caso, eso no garantiza que tengamos una maquinaria financiera engrasada y renovada para prolongar esa tendencia muchos años, cualquiera que sea el viento que sople.
¿Cómo restablecer la conexión entre bancos y economía real? Conviene desterrar algunos mitos. Por ejemplo, que persiste un duro racionamiento de crédito porque las condiciones de oferta son muy exigentes. Cierto es que no es igual de sencillo acceder al crédito ahora que hace 10 años, pero hay otros elementos en juego. En EE UU, por ejemplo, los problemas de acceso al crédito no parecen menores que en Europa. Una de las dificultades que se observan —desde antes de la crisis— es que un gran número de empresas solo invierten cuando generan beneficios. O sea, que tienen un perfil inversor muy conservador. Esto contrasta con la relación inversión-rentabilidad que se generó en torno al negocio inmobiliario en los años anteriores a la crisis: un paraíso solo aparente, perecedero, desestabilizador y con tristísimos efectos de desigualdad social.
La cuestión de fondo es que los bancos afrontan un reto tecnológico para poder rentabilizar sus inversiones. Si muchas empresas de servicios ya lo han asumido, los bancos —probablemente las empresas que más tienen que invertir en producción de información— saben también que deben hacerlo. En España se adoptó el reto de la reestructuración —que era el primer paso— y ahora se avanza hacia el desafío tecnológico. No es de extrañar que muchas entidades estén invirtiendo en investigación como no lo han hecho antes. Saldrán airosas aquellas cuya tecnología les permita basar su oferta en anticipar lo que el cliente necesita más que, como hasta ahora, atender peticiones. Son los bancos los que deben aportar a muchas pymes —a las conservadoras, por ejemplo— mejores vías para crecer y rentabilizar sus inversiones. Con tecnologías de información que solo entidades del tamaño y la producción de datos de los bancos pueden aprovechar. Ya se han reducido muchos los recursos humanos y ahora toca transformar sus capacidades.
Si a estos retos se le une la presión regulatoria, la tardía recuperación del crédito tiene una explicación. Más y mejor tecnología financiera ayudará pero no hay garantía de éxito en un futuro tan incierto.