Los últimos datos de la Estadística de Variaciones Residenciales (EVR) confirman la tendencia a la revitalización de la inmigración en España. En 2018 iniciaron su residencia en este país 715.255 personas nacidas en el extranjero, cifra superior a la que se había registrado en un año como 2005, momento de plena expansión económica y de la inmigración, cuando se inscribieron 696.9267 nuevos residentes nacidos fuera de España (gráfico 1).
Esta vuelta a un escenario migratorio con un marcado dinamismo de las entradas ha contribuido al crecimiento de la población, de hecho, en 2018 el saldo migratorio correspondiente a los nacidos en el extranjero fue de 423.950 personas. Pero además, el aumento de las entradas implica también cambios (aunque aún relativamente pequeños) en la composición de la población inmigrante respecto a una característica fundamental que interviene en su proceso de integración: el tiempo de residencia. La literatura sobre migraciones ha documentado extensamente cómo esta variable es uno de los principales determinantes de la integración de los inmigrantes, puesto que a medida que acumulan tiempo de residencia en sus países de acogida, adquieren más y mejores redes sociales, conocimiento de la sociedad y sus instituciones y recursos de capital humano específicos al país.
Gráfico 1
Fuente: Elaboración propia a partir de Estadística de Variaciones Residenciales.
Es necesario tener en cuenta que la composición por tiempo de residencia de la población inmigrante residente en un país depende no solo del momento en que dieron comienzo los flujos de llegada, sino también de su grado de rotación. Dos poblaciones de igual tamaño pueden ser resultado de dos escenarios migratorios muy distintos. En primer lugar, la población inmigrante residente en un país podría estar compuesta principalmente por población consolidada, en una situación en la que los flujos de entrada y de salida fueran reducidos. Una segunda posibilidad es la de una población “en rotación” con volúmenes elevados de inmigración y emigración y un tiempo de permanencia en el país de acogida reducido. En este segundo escenario, la población inmigrante residente en destino estaría constantemente renovándose y su corto tiempo medio de residencia implicaría por sí misma límites a sus posibilidades de integración (aunque la relación podría ser bidireccional). Este tipo de trayectorias migratorias puede corresponderse con una diversidad de situaciones. Sería el caso de los trabajadores estacionales pero también de los que tienen proyectos migratorios orientados a la consecución de un objetivo de ahorro, los que migran por motivos educativos, o los que deciden suspender su proyecto migratorio ante la imposibilidad de cumplimiento de sus expectativas.
«Desde el comienzo de la expansión de la inmigración una proporción de los nuevos residentes lo ha sido tan solo de forma temporal. Los cambios de ciclo económico han conllevado una ligera intensificación de la regeneración de la población inmigrante»
En el gráfico 2 se presenta la evolución de la distribución por tiempo de residencia de la población inmigrante entre 2000 y 2018, según datos de la Encuesta de Población Activa (EPA). En primer lugar, cabe destacar que a lo largo de estos 19 años el cambio en la composición por tiempo de residencia de la población inmigrante es considerable. Desde un panorama inicial en el que la mayor parte de inmigrantes residentes en España eran recién llegados se ha llegado a un escenario en el que la gran mayoría de los inmigrantes que viven en España son ya antiguos residentes.
De la información presentada en el gráfico 2 se desprende además un rasgo interesante sobre el inicio del ciclo migratorio español: a pesar de que entonces se iniciaba la expansión de la inmigración en España, el porcentaje de inmigrantes que en los primeros años del siglo XXI contaba con un largo tiempo de residencia es notable (en 2001, uno de cada cuatro habían llegado hacía 10 años o más). Esto sugiere que los inmigrantes que vivían en el país antes del inicio del ciclo migratorio estaban muy arraigados en el país. Muestra de esto es, por ejemplo, el alto porcentaje de los que entre ellos tenían nacionalidad española, un 50 por ciento según datos de la Estadística del Padrón Continuo.
Gráfico 2
Fuente: Elaboración propia a partir de Encuesta de Población Activa (I/2000-IV/2018).
El paso del tiempo, junto con la consolidación en el territorio de parte de los nuevos residentes, contribuyó a que justo antes del inicio de la recesión gran parte de los inmigrantes tuvieran tiempos medios de residencia, aunque aún no muy prolongados. En 2007 el porcentaje de los que llevaban viviendo en España más de 10 años se mantenía en el 24 por ciento, pero el peso de los que tenían entre tres y nueve años de residencia había aumentado ya hasta el 54 por ciento (gráfico 2).
De los datos de la EVR se deduce que durante la expansión la rotación había sido muy limitada, puesto que aunque la inmigración era elevada, la emigración se mantenía en niveles muy reducidos (gráfico 1). En todo caso, esta conclusión puede estar mediada por las dificultades de registro de las bajas en el Padrón, que fueron especialmente acusadas hasta la inclusión de mecanismos de mejora en el registro en diciembre de 2005.
La irrupción del cambio de ciclo económico a finales de 2007 se acompañó de la caída de las entradas (que en todo caso se mantuvieron siempre por encima de las 300.000 anuales), así como del aumento de las salidas (gráfico 1). Estas dos dinámicas conllevaron el cambio progresivo en la composición de la población inmigrante, que poco a poco se fue convirtiendo en una población muy asentada, puesto que mientras que los que decidieron quedarse acumulaban años de residencia, perdía peso la presencia de recién llegados.
La revitalización de las entradas desde 2014 ha implicado que al mismo tiempo que la población ya consolidada sigue acumulando tiempo de residencia, crezca también el peso de los recién llegados. En 2018 siete de cada diez nacidos en el extranjero tenían al menos 10 años de residencia en España. Al mismo tiempo, el porcentaje de inmigrantes recién llegados (con dos años de residencia o menos) ha crecido desde el 5 al 10 por ciento entre 2013 y 2018 (gráfico 2). En todo caso, cabe la duda de si estos nuevos residentes lo son realmente o si son inmigrantes que ya habían vivido en España en el pasado. Desde 2015, el porcentaje de los que tienen nacionalidad española entre los nuevos residentes nacidos en el extranjero está por encima del siete por ciento (gráfico 3). Este porcentaje es considerable en el caso de algunos orígenes: uno de cada tres nacidos en Ecuador llegados en 2018 tenían nacionalidad española. De estos datos se desprende que parte de la revitalización de las entradas puede estar vinculada a la vuelta de inmigrantes que ya habían vivido en España previamente.
Gráfico 3
Fuente: Elaboración propia a partir de Estadística de Variaciones Residenciales.
En definitiva, se puede afirmar que una parte importante de la población inmigrante que llegó en las últimas dos décadas ha consolidado notablemente su residencia en el país y constituye hoy en día el grueso de la población inmigrante que reside en España. Pero al mismo tiempo, de los datos se desprende que desde el comienzo de la expansión de la inmigración una proporción de los nuevos residentes lo ha sido tan solo de forma temporal. Los cambios de ciclo económico han conllevado una ligera intensificación de la regeneración de la población inmigrante, que se produjo en dos fases: un aumento de la emigración durante la recesión y un posterior incremento de la inmigración durante la recuperación.
Asimismo, es necesario señalar que, según datos provisionales de la Estadística del Padrón Continuo, el número de residentes nacidos en el extranjero supera en 2019 en casi 700.000 personas la cifra de 2008. De este dato se desprende que esta revitalización de las entradas, ayudada por su considerable mantenimiento durante la recesión, ha superado con creces los efectos de la recesión sobre el volumen de población inmigrante.