La pandemia va dejando un reguero de impactos y noticias desde marzo de 2020. En las últimas dos semanas hemos podido comprobar los efectos, hasta la fecha, sobre los resultados del sector bancario español. El conjunto del año ha ofrecido pérdidas por más de 5.500 millones para los seis grandes bancos españoles explicadas fundamentalmente por los números rojos del Santander, pero en un contexto generalizado de malos resultados.
Aún así, debieron ser bastante mejores de lo esperado por la alegría con la que se lo ha tomado la bolsa de valores que ha llevado sus cotizaciones al alza. No sé cuanto durarán las alegrías —con pocas certezas sobre futuros dividendos—, pero, al menos, se ha ganado tiempo. El sector ha podido reforzar su protección ante lo que pueda venir, aumentando notablemente provisiones y recursos propios. Aún así, los próximos trimestres son pura incertidumbre. La morosidad bancaria hasta ahora apenas ha reflejado el deterioro empresarial gracias a la liquidez de los créditos ICO, cierta flexibilidad temporal de la regulación prudencial y las moratorias junto a otras medidas no financieras como los ERTEs.
Sin embargo, los datos más recientes demuestran la vulnerabilidad y dificultades crecientes sobre todo de pymes y autónomos que pronto se reflejarán en la mora empresarial y el deterioro de activos. Por eso, en estas semanas se habla tanto de apoyos adicionales a las empresas para seguir capeando el temporal. Hasta ahora, las medidas del gobierno también han permitido ganar tiempo, confiando que lo peor de la covid-19 quedara atrás en 2020. Sin embargo, aún queda al menos un semestre muy complicado y eso ya hace temer daños estructurales en sociedades y negocios, que no se resuelven solamente con más crédito y liquidez.
«Hoy en día parece necesaria otra reinvención del sector bancario, que necesariamente pasará por una apuesta tecnológica muy valiente e imaginativa, más allá de aumentar tamaño, eficiencia o de gestionar riesgos».
Las ayudas directas y de apoyo a la solvencia, ya presentes en otros países desde la primavera pasada, parecen necesarias y urgentes en nuestro país. Sin duda, habrá dificultades operativas y administrativas que habrá que superar para llevarlas a cabo porque no hay más opciones si se desea mantener, en gran medida, el tejido productivo viable y evitar una nueva crisis financiera. En esta tensa espera hasta el verano se encuentra la banca, que mantiene los mismos retos que hace un año. Ahora acrecentados por el coronavirus. En el corto plazo, parece que ha podido gestionar razonablemente el tsunami económico de la pandemia.
Sin embargo, los riesgos de largo plazo permanecen, con un entorno endiablado de tipos de interés y unos operadores tecnológicos que le erosionan aún más su actividad e ingresos. Hace 20 años, el sector se reinventó promoviendo una expansión internacional admirada por muchos y que le ha permitido, entre otros factores, una rentabilidad saneada hasta hace poco. No obstante, hoy en día parece necesaria otra reinvención, que necesariamente pasará por una apuesta tecnológica muy valiente e imaginativa, más allá de aumentar tamaño, eficiencia o de gestionar riesgos. Sus capacidades como agentes financieros nadie las pone en duda y por eso resisten. Crear valor suficiente a partir de esos sólidos conocimientos financieros con innovadores vehículos tecnológicos es el gran desafío del futuro.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.