La economía europea parece una bicicleta con las ruedas pinchadas. El BCE calcula cuánto aire puede bombear para que las llantas no pierdan presión pero no tiene parches para tapar las fugas de aire. Trata de aligerar la carga de la bici pero no puede darle lo que necesita: un motor. Cuatro días después de las excepcionales medidas anunciadas, los mercados aunque algo al alza —sin alardes, en todo caso—, parecen apuntar a una especie de «ni fu ni fa» en el medio plazo.
La liquidez mundial es un recipiente con vasos comunicantes. A medida que la Fed deja de echar agua, se espera que otros bancos centrales tomen el testigo. Fundamentalmente el Banco de Japón y el BCE. Que el tanque de la liquidez oficial tenga que seguir a tope es una mala noticia. Nos recuerda que las pérdidas y consecuencias de la crisis se están prolongando y que la liquidez privada o es insuficiente o no se puede movilizar por falta de alternativas solventes. Con la montaña de deuda existente, reducirla es el objetivo número uno.
Para enrarecer un poco más el ambiente, se están creando situaciones delicadas por los tipos reales negativos. Todo aquello que podría sonar a excepcionalmente dadivoso —cobrar por endeudarse, liquidez cuasi-gratis— encierra peligros.
Los bancos, que son los principales agentes para la transmisión de estas políticas, pueden depositar su liquidez en el banco central o pueden prestar a hogares y empresas. En el primer caso, hay discrepancias preocupantes. Mientras que el Banco de Japón paga a los bancos por sus depósitos, el BCE los penaliza. Esto invitaría a pensar que en el caso europeo habría más incentivos para los bancos en pasar a la segunda opción (dar crédito al sector privado) pero no está claro por varias razones. Una de ellas es que la curva de tipos es demasiado plana, de manera que prestar a corto plazo se remunera casi tan poco como hacerlo a largo plazo.
«El antibiótico está corrigiendo las enfermedades pero se arriesga a hacer inútil al sistema inmune. Cada nueva acometida monetaria parece prolongar el letargo de los líderes europeos y retrasa y adormece cualquier acción fiscal coordinada o de reformas, que Europa necesita como el comer».
En teoría, eso es lo que hacen los bancos —tomar liquidez y dar fondos para un tiempo prolongado— pero con esa curva de tipos ese negocio es poco rentable. Esto es así, además, porque los bancos no van a querer adentrarse en el terreno al que naturalmente invita esta situación: cobrar a los clientes por sus depósitos. Entre tanto, los datos de financiación del Eurosistema que conocimos ayer indican que los bancos europeos siguen pidiendo dinero fundamentalmente a largo plazo pero tampoco tanto como el BCE esperaba. Los españoles acaparan el 42% de esos fondos, por cierto.
El BCE sigue esperando que vuelva la inflación y, en realidad, esto se ha convertido en la excusa para hacer más expansiva aún su política. Si los precios del petróleo subieran la situación macroeconómica y financiera no sería muy distinta y la acción del BCE seguiría siendo necesaria pero faltaría el pretexto inflacionario. El antibiótico está corrigiendo las enfermedades pero se arriesga a hacer inútil al sistema inmune. Cada nueva acometida monetaria parece prolongar el letargo de los líderes europeos y retrasa y adormece cualquier acción fiscal coordinada o de reformas, que Europa necesita como el comer.