Desde las elecciones legislativas de junio de 2024, Francia se ha visto sumida en una inestabilidad institucional profunda con una ausencia de una mayoría clara que ha convertido al Parlamento en un espacio de tensiones constantes entre bloques contrapuestos. El Ejecutivo ha encadenado gobiernos breves de Michel Barnier, François Bayrou y Sébastien Lecornu que han caído por no poder proponer presupuestos viables. Lecornu ha recibido dos oportunidades esta semana para formar gobierno, pero la incertidumbre política sigue en máximos. El país galo no es el único ejemplo, pero sí el más notorio. Estados Unidos, Reino Unido, Italia o España son otros casos, aunque el alcance de los problemas sea diferente. Quizás el Reino Unido es el más similar y curiosamente el que más se “contagia” de Francia a través de las tensiones financieras de la deuda pública. Su primer ministro Keir Starmer está bajo una presión constante casi insoportable por errores propios y las malas decisiones de anteriores gobiernos durante la última década. Los países que no son capaces de gestionar el día a día son los que más sufren las consecuencias, también en los mercados de capitales, que dudan de su solvencia y viabilidad financiera. Aviso para navegantes, como es el caso de España, con altas tasas de crecimiento del PIB, pero que no parece suficiente para continuar gestionando el día a día de los próximos años al no estar resolviendo, hasta ahora, problemas estructurales como el de la falta de presupuestos, el acceso a la vivienda o el futuro de su competitividad que pueden cambiar en el medio plazo como la perciben los mercados.
En Francia el detonante más evidente ha sido el bloqueo del proyecto de ley de presupuesto del Estado. Tras muchos años procrastinando con las reformas, el país galo precisa con urgencia de ajustes considerables para contener el déficit público. Eso sí, chocando, y de qué manera, con la resistencia política y social. Esa parálisis política ha llevado al Ejecutivo a recurrir a leyes de emergencia o mecanismos extraordinarios para mantener el funcionamiento del Estado sin las reformas estructurales deseadas. Modelo de funcionamiento que ya no convence a los mercados, y que sitúan la prima de riesgo en máximos anuales (en torno a 85 puntos básicos respecto al bono alemán), muy elevada para un país que apenas crece y no reforma. El mercado ha olido sangre, además, de una enfermedad enquistada, y las consecuencias son imprevisibles.
La crisis francesa no es solo un asunto interno. Para Europa, el riesgo reside en que se desencadene un efecto dominó financiero, tensionando los mercados de bonos soberanos (sobre todo de países con deuda elevada como Italia, Portugal o España), exigiendo una posible intervención del BCE y renovando dudas sobre la viabilidad de la eurozona frente a shocks internos. Un escenario que nadie desea pero que vuelve a sobrevolar el Viejo Continente.
Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia.