Mucho se ha escrito sobre si la economía ha entrado en fase de desaceleración, o si por el contrario la expansión continúa, aunque de manera más moderada tras el rebote inicial de la recuperación. Los datos macroeconómicos, con un crecimiento estimado todavía en torno al 0,6% durante el segundo trimestre, o un 2,3% anual —más del doble de la media europea, pero inferior al resultado de 2018— se prestan a ambas lecturas. Sin embargo, ese podría ser un falso debate, porque los hechos parecen avalar a la vez ambas tesis, lo que complica la tarea de la política económica.
Y es que, por un lado, los servicios mantienen el pulso expansivo, gracias al auge del consumo público y privado, y a la creación de empleo. Los principales índices de actividad siguen orientados al alza, en línea con un crecimiento en los servicios de mercado que roza el 3%. El turismo, aunque con registros algo menos boyantes, se beneficiaría del incremento del gasto medio por visitante extranjero. También en el resto de Europa el consumo, la creación de empleo y la actividad en el sector de servicios se retroalimentan, en un bucle similar al que se observa en nuestro país.
Otra cosa es la industria y buena parte del sector exportador, que parecen haber entrado en una fase de estancamiento, que tiene tintes de ser estructural. La producción manufacturera avanza un escaso 0,9% anual (con datos desestacionalizados hasta abril), como consecuencia del parón del comercio internacional, que afecta sobremanera a este sector. Teniendo en cuenta la fuerte caída de la cartera de pedidos industriales y el desplome del otro índice avanzado de actividad en el sector hasta los mínimos registrados en 2013, las perspectivas no son nada halagüeñas. El panorama es aun más sombrío en los principales países vecinos, donde los índices avanzados apuntan a una contracción de la actividad industrial. El último dato disponible para Alemania muestra una contracción de la actividad industrial del 2,5% en un solo mes. La industria también cae, aunque algo menos, en Francia e Italia.
Gráfico 1
Gráfico 2
En ambos gráficos, los datos de 2019 corresponden al primer trimestre y a abril-mayo.
La industria del automóvil es una de los más afectadas por el declive, pero este se extiende poco a poco al resto de sectores. Una tendencia que se explica por la virulencia de la guerra comercial y la pérdida de confianza de las empresas en un entorno global cada vez más incierto. La escalada arancelaria ya no parece ser un fenómeno puntual, y bastante normal durante las fases de negociación internacional que es cuando la presión se ejerce con más hostilidad. Estamos asistiendo a una pugna tecnológica y geopolítica entre las dos principales potenciales del planeta, que conlleva la redefinición del marco multilateral, por lo que las turbulencias sin duda se prolongarán. Así lo insinuó esta semana el propio Mario Draghi para justificar la prolongación de las medidas ultra-expansivas del BCE.
«La divergencia entre los sectores más expuestos a la competencia internacional y los que dependen de la demanda interna no es sostenible. El algún momento, la restricción externa aparecerá. Afortunadamente, ese punto no ha llegado, lo que deja un margen de maniobra para acciones preventivas».
Raymond Torres
Otro factor que pesa sobre la industria, tanto nacional como europea, es la adaptación al cambio climático. Este es un imperativo ineludible por la toma de conciencia de la necesidad de reducir las emisiones de carbono. La transición también ofrece una oportunidad histórica de reducir nuestra dependencia a la importación de hidrocarburos y lograr una posición puntera en la producción de energía renovable. Pero existen numerosas piedras en el camino de esa transición y la incertidumbre (cuando no contradicción) normativa no ayuda, como es el caso de la producción de vehículos diesel.
La divergencia entre los sectores más expuestos a la competencia internacional y los que dependen de la demanda interna no es sostenible. El algún momento, la restricción externa aparecerá. Afortunadamente, ese punto no ha llegado, lo que deja un margen de maniobra para acciones preventivas como el fortalecimiento de la capacidad de adaptación del tejido industrial español ante los desafíos comerciales, digitales y medioambientales o un plan específico para sectores en gran dificultad como el automóvil. Ante el carácter global de los cambios, también se echa de menos una Europa que pase de su actual dedicación cuasi-exclusiva de guardián del cumplimiento de normas contables, a la de actor proactivo de política económica.
Fuentes de los gráficos: Markit Economics.