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Las distintas lecturas de la tasa de actividad

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La tasa de actividad, recogida en España por la Encuesta de Población Activa (EPA) del Instituto Nacional de Estadística (INE), mide el porcentaje que representa la población activa (definida como “aquellas personas de 16 o más años que […] suministran mano de obra para la producción de bienes y servicios o están disponibles” para la misma) sobre el total de habitantes. La falta de un umbral o tope superior de edad en esta definición, junto al hecho de que los organismos internacionales como la OCDE o Eurostat publiquen datos de esta tasa para rangos de edad entre los 15 y hasta los 64 años, han dado lugar a ciertos equívocos que han alimentado la discusión reciente sobre esta y otras estadísticas de empleo. Esta entrada pretende aclarar algunos matices relativos al criterio del rango de edad empleado para el cálculo de la tasa de actividad, con el fin de contribuir a una correcta interpretación del indicador y de su comparación a escala internacional.

La falta de coincidencia del límite inferior tiene su base en el artículo 6 del Estatuto de los Trabajadores, que prohíbe “la admisión al trabajo a los menores de dieciséis años”; además, con los datos de la EPA no es posible evaluar la tasa de actividad comenzando a los 15 años. Sin embargo, esta encuesta sí posibilita evaluar los cambios que se producen en la tasa de actividad de imponerse, o no, un límite superior en la edad de la población. En concreto, permite emplear un límite superior de 64 años —que son los datos que se envían a Eurostat—, o también a los 69 años, cálculo que puede tener cierta relevancia en un contexto en el que se tiende a ampliar la edad efectiva de jubilación. Veremos las implicaciones que surgen según se adopte para el análisis uno de estos umbrales o ninguno de ellos.

La comparación internacional con datos de Eurostat (por tanto, considerando una población activa hasta los 64 años) muestra que la tasa de actividad española se sitúa muy cerca de la media europea y en una posición central respecto de las de otros grandes países de la UE (gráfico 1). Eso sí, la tasa de actividad varía sustancialmente cuando no se fija un umbral superior respecto a cuando se establece en los 64 o en los 69 años (gráfico 2). De hecho, la evolución de la tasa empleada por el INE (sin límite superior de edad) presenta una tendencia ligeramente decreciente —que se explicaría por una caída de la actividad muy intensa en las edades más avanzadas— que no se observa cuando se considera a los menores de 70 años. Finalmente, la introducción en el análisis de la variable de género permite apreciar, por ejemplo, una mayor distancia entre las diferentes tasas de actividad por grupos de edad en el caso de las mujeres (gráfico 3), o el hecho de que la brecha de género en la participación laboral es menor si se contempla una población activa hasta 69 años (8,5 puntos en 2022) que si no se establece ningún límite superior (9,9 puntos) (gráfico 4).


En definitiva, el uso de distintos umbrales sobre la edad de la población empleada en el cómputo de la tasa de actividad da acceso a diferentes perspectivas del mercado laboral, bien desde la evolución temporal, bien en relación a la brecha de género. Por ello, se debe ser consciente de la definición que se adopte para medir la tasa de actividad.

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