La guerra comercial entre Estados Unidos y otros países, fundamentalmente China hasta ahora, llega ya a esa parte de su desarrollo en la que, como dicen los anglosajones, “la trama se complica” (the plot thickens). Los tortazos ya no son bilaterales sino que alcanzan a terceros. México aparece como primera víctima pero no una propiciatoria porque su sufrimiento no va a servir para reducir las tensiones entre los dos grandes contendientes. China también ha respondido a Estados Unidos este fin de semana, anunciando que va a crear su propia “lista negra” de empresas norteamericanas vetadas.
Las pretensiones de Trump de poner un arancel del 5% a los productos mexicanos es una forma de presionar por el lado comercial con un propósito más oscuro: reducir la inmigración mexicana a Estados Unidos. Es, además, un estrangulamiento progresivo porque la amenaza es elevar la carga arancelaria un 5% adicional cada mes, hasta llegar al 25%. Con estas medidas, México iría de cabeza a la recesión. La magnitud de cuánto sufra la economía mexicana depende tanto de cuánto acabe subiendo el arancel como de la evolución de su divisa. Tras el anuncio, el peso ha aumentado significativamente su volatilidad (por encima, incluso, de la de la lira turca) y ha obligado a López Obrador a ofrecerse a negociar sobre cómo reducir la inmigración ilegal a Estados Unidos.
«Europa tiembla porque el vigor del crecimiento está lejos del de los años anteriores y lo sucedido con México ha enfriado sustancialmente las expectativas»
Santiago Carbó
Las noticias sobre México han sido mal digeridas por los mercados. En primer lugar, porque sugieren que los argumentos para justificar hostilidades comerciales pueden ser muy variados. Se sienta un precedente muy negativo sobre cómo esta disputa comercial es un telón con muchos fondos. Está claro que uno de ellos es de primacía tecnológica. Introducir la inmigración como contrapartida es otro. Y cualquier pretensión geoestratégica (posición europea respecto a Irán o sobre armamento) puede hacer que la UE sea la siguiente en el disparadero. En segundo lugar, la noticia ha sido un jarro de agua fría en las plazas bursátiles porque deja el acuerdo comercial entre Canadá, Estados Unidos y México en papel mojado. Podría incluso pensarse —recordando el orden de los factores en las pretensiones de Trump ya anunciado hace meses— que este nuevo zarpazo arancelario es el primero de varios, tras los cuales podrían ir la UE y Japón.
Los efectos de amplificación del problema mexicano han sido considerables porque se han interpretado como el principio de algo mucho peor. Sería deseable cuajar algún acuerdo internacional que frene el guirigay que parece desatarse. Pero, como dice el dicho mexicano, va a salir más caro el caldo que las albóndigas porque la sopa comercial se está quedando seca y va a ser difícil encontrar jugo para reactivarla. Las acciones de compañías manufactureras y automovilísticas —dos de las industrias a las que más daña un conflicto comercial— han sufrido de forma particular. Europa tiembla porque, a pesar de que las expectativas de crecimiento mejoraron algo en mayo en países como Francia o Alemania, el vigor del crecimiento está lejos del de los años anteriores y lo sucedido con México ha enfriado sustancialmente las expectativas.