Los bancos centrales siguen siendo los grandes protagonistas de la política económica. Esto no es bueno ni malo pero causa una sensación de dependencia respecto a ellos y de orfandad respecto a la capacidad de la clase política para cambiar las cosas. Es más, parte del trabajo de instituciones como la Reserva Federal o el Banco Central Europeo parece ser adelantarse a los problemas de riesgo político tan habituales estos días. La esperadísima reunión de la Fed de esta semana lo constata, tras los repetidos anuncios de su presidente, Jerome Powell, en los que ha afirmado que actuará si las tensiones comerciales se recrudecen. Es lo que se ha llamado, jugando con la terminología de los derivados financieros, “put de Powell”, la opción para inyectar liquidez o reducir los tipos de interés cuando sea preciso.
En las complicadas ecuaciones que manejan los bancos centrales parece haberse introducido la política. Aunque también hay intentos de lo contrario, con las repetidas injerencias políticas que tratan de influenciar las decisiones monetarias. A la administración Trump se le critica por ello. El presidente norteamericano incluso llamó directamente al móvil de Powell en una ocasión este año enfadado por un ligero empeoramiento de los datos de paro y le espetó un “I guess I´m stuck with you” (“supongo que me tengo que conformar contigo”). Y la semana pasada afirmó abiertamente en televisión que el Dow Jones estaría 10.000 puntos más alto y el PIB 1,5 puntos porcentuales más elevado si Powell no estuviera al frente de la Fed. Ahora, lo que la política parece reclamar (más estímulos) parece alinearse con lo que la Fed va a hacer pero no porque la primera lo imponga sobre la segunda sino porque así parece conveniente. Las expectativas de inflación en Estados Unidos son las más bajas desde 2017 y las tensiones en el mercado de crudo tras los ataques en el mar de Omán introducen más incertidumbre sobre cómo actuar.
«Lo que la política parece reclamar (más estímulos) parece alinearse con lo que la Fed va a hacer pero no porque la primera lo imponga sobre la segunda sino porque así parece conveniente.»
Santiago Carbó
La reunión de esta semana parece que servirá para confirmar el giro más expansivo de la Fed. Los halcones reposan y todo parece una preparación antes de que se suelten las palomas definitivamente en julio, con un recorte de tipos de interés. Parece que la Fed ya no hablará de que será “paciente” y, en su lugar, reafirmará que está “preparada para actuar”. Algunos políticos estadounidenses critican que se elevaran los tipos de interés en los dos años anteriores pero esa fue una acción acomodaticia y razona que, precisamente, permite ahora tener margen para reducirlos. En la eurozona no ha habido oportunidad económica para elevar el precio del dinero y, si fuera necesario reducirlo, sólo sería posible con tipos negativos, una opción que ya no se rehúye en Fráncfort.
Desde un punto de vista estrictamente económico, parece más pertinente preocuparse por el riesgo geopolítico que por el monetario. En la eurozona hay que tomar muy buena nota porque todo apunta que el próximo sucesor de Draghi está surgiendo de decisiones condicionadas por la negociación en Bruselas. De momento, la independencia del BCE no está, para nada, en cuestión.