Según las cifras de la EPA, en el conjunto de 2016 se han creado, en media anual, 475.500 nuevos puestos de trabajo (resultado algo inferior al que arrojan las cifras de afiliación a la Seguridad Social). El descenso anual del desempleo ha sido mayor que el incremento del empleo, 574.800, debido a la reducción de la población activa. Como viene sucediendo desde 2010, la disminución de esta última ha estado motivada, fundamentalmente, por la disminución de la población en edad de trabajar, aunque este año también ha tenido lugar un retroceso en la tasa de actividad, procedente de la población menor de 24 años.
El número de ocupados en 2016 ascendió, en suma, a 18,341 millones (esta es la media anual de los cuatro trimestres, que es la cifra que se debe utilizar para referirse al conjunto del año, ya que la del cuarto trimestre, al igual que la de cualquier otro trimestre, está muy afectada por la estacionalidad). Dicha cifra todavía es inferior en más de dos millones al máximo de 20,5 millones alcanzado en 2007, aunque supone la recuperación de 1,2 millones de empleos del total perdido durante la crisis. Para recuperar dicho nivel en 2020, se requeriría seguir creando empleos a un ritmo de 500.000 al año, lo cual es muy improbable. No será hasta bien entrada la década de los 20 cuando suceda tal evento, y eso siempre que por el camino no se produzca una nueva crisis cíclica.
«El problema de la elevada temporalidad obedece a las características de la regulación del mercado laboral. Esta situación no fue afrontada en la reforma laboral de 2012, y mientras no se lleve a cabo una reforma en condiciones, el problema de la temporalidad no desaparecerá».
Otro dato a destacar es que casi el 56% del empleo asalariado creado en 2016 ha sido temporal. La tasa de temporalidad continua su trayectoria ascendente, y en el conjunto del ejercicio se ha situado en el 26,1%. Es un resultado totalmente esperado. El problema de la elevada temporalidad, que arrastra nuestra economía desde hace décadas, obedece a las características de la regulación del mercado laboral. Esta situación no fue afrontada en la reforma laboral de 2012, y mientras no se lleve a cabo una reforma en condiciones, el problema de la temporalidad no desaparecerá.
Baja cualificación
También es reseñable que el 54% de los desempleados tiene un nivel de cualificación bajo, es decir, su formación no alcanza la enseñanza secundaria completa. Pese a ser alarmante, no es un dato sorprendente, puesto que nada menos que el 38% de la población activa española se encuentra por debajo de dicho umbral de formación. En los países centrales de la Unión Europea dicho porcentaje es, en la mayoría de los casos, inferior al 18%. Solo hay dos países en peor situación que España: Portugal y Malta. La mayoría de estos desempleados es de difícil empleabilidad en un mundo en el que gran parte de los puestos de trabajo que no requieren cualificación se han trasladado hacia los países en desarrollo, y en el que la competencia se sustenta cada vez más sobre la tecnología, la innovación y el conocimiento.
Se podría pensar que una tasa tan comparativamente elevada se debe a que los españoles accedimos a la educación universal más tarde que los ciudadanos de otros países, y que sobre la media pesa el escaso nivel formativo de las generaciones de más edad. Pero no es así. Dentro del grupo de edad de 25 a 29 años, es decir, entre los jóvenes que ya están edad de haber finalizado sus estudios, y sobre quienes descansan nuestras esperanzas de subirnos al tren de la revolución digital, esta tasa es de casi el 36%.