El Covid-19, que hasta fechas recientes se percibía como un fenómeno importado y pasajero, parece haberse instalado en el epicentro la economía española. Algunos de sus efectos sobre la actividad y el empleo son inevitables, pero el grado de toxicidad dependerá en buena medida de la respuesta de la política económica.
Es ya un hecho que la interrupción de suministros importados desde Asia, y ahora Italia, un país de momento aún más castigado que el nuestro, desorganiza la producción en sectores clave como el automóvil o las nuevas tecnologías. Ese shock de oferta se ve agravado por las medidas indispensables de confinamiento de poblaciones que se van multiplicando por toda la geografía peninsular, y que merman capacidad productiva.
Otra consecuencia inevitable, por el lado de la demanda, es el enfriamiento de los intercambios internacionales, que incide en nuestras exportaciones. Y la menor entrada de turistas, por las trabas a los desplazamientos y el miedo a contraer el virus.
Así pues, el Panel de analistas de la economía española, en base a información disponible hasta hace dos semanas (es decir antes de la exacerbación del episodio vírico), apunta a una desaceleración acusada. El 77% de los panelistas opinan que el virus restará hasta dos décimas al crecimiento anual, y el resto considera que el impacto será de entre tres y cinco décimas.
Sin embargo, estas estimaciones preliminares no tienen en cuenta el incremento cuasi exponencial de casos registrados en España en los últimos días, ni la propagación de la crisis sanitaria a través del planeta. Esta evolución plantea un nuevo escenario, por agudizar el shock de oferta, generar una pérdida de confianza generalizada, y provocar un desplome de los mercados, que tensionan los costes financieros para las empresas y presionan las primas de riesgo.
«Ante la amenaza una cascada de reducciones de plantilla, que generaría un nuevo incremento del paro, Alemania muestra el camino, activando en fechas recientes su potente dispositivo de apoyo al mantenimiento de plantillas y al paro parcial».
Raymond Torres
Todo ello pone a prueba la política económica, que se enfrenta a tres riesgos. En primer lugar, el cierre de empresas, que pese a ser rentables tienen graves problemas de liquidez. De ahí la importancia de las medidas de apoyo a la tesorería, y que estas lleguen a las pequeñas empresas y a sectores vulnerables ligados al turismo y el transporte. Algo que no está garantizado tras las recientes medidas del BCE.
En segundo lugar, amenaza una cascada de reducciones de plantilla, que generaría un nuevo incremento del paro. Alemania muestra el camino, activando en fechas recientes su potente dispositivo de apoyo al mantenimiento de plantillas y al paro parcial. Estas políticas son de las que mejor funcionaron para amortiguar los efectos de la gran recesión, y también podrían ser determinantes en nuestro país, caso de ponerlas en marcha. El plan de choque revelado por el Gobierno alude a algunas iniciativas, pero sin especificarlas, ni dotarlas de recursos públicos.
Finalmente, las expectativas juegan un papel esencial. Es crucial que las familias y las empresas confíen en la capacidad de actuar de manera contundente y coordinada. De momento, Bruselas, con un plan que solo alcanza el 0,05% del PIB comunitario, no ha acertado. Por su parte, el BCE ha incrementado el programa de compra de activos, algo que está mal diseñado para aliviar los problemas de liquidez de las pequeñas empresas, ni contener los costes financieros de las más endeudadas. En sus declaraciones, que contrastan con el famoso ´whatever it takes’ de su predecesor, Christine Lagarde ha dado la sensación de carecer de instrumentos adecuados para limitar el incremento de las primas de riesgo.
Por tanto, el principal peso de la respuesta a las tendencias recesivas recae sobre el Gobierno. El plan de choque es un primer paso, a la espera de respuestas concretas a los problemas más acuciantes de liquidez y de empleo. La flexibilidad en materia de déficit parece justificada a corto plazo, tanto por el carácter coyuntural de las iniciativas como por el diseño focalizado. Pero lo que más apremia para ganar la batalla económica contra el virus es el tiempo.
Artículo publicado originalmente en el diario El País.