La población mayor de 64 años representa en 2017 casi una de cada cinco personas en España (18,8%). Su creciente peso en la población ha sido uno de factores que han contribuido a la disminución del tamaño medio de los hogares españoles que, a la luz de los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), pasó del 2,74 al 2,51 entre 2007 y 2017. El importante peso de los hogares unipersonales entre la población mayor está detrás de este reducido tamaño de los hogares. Según datos del censo de 2011, el 40% del total de hogares unipersonales estaban compuestos por una persona mayor de 64 años.
La EPA ofrece la oportunidad de analizar con detalle la composición de los hogares en los que viven las personas mayores, puesto que dispone de información sobre todos los miembros del hogar[1]. Existe una radical diferencia de género en esta composición, fruto de la mayor esperanza de vida de las mujeres. Así, es mucho mayor el porcentaje de hombres que aún conviven con su pareja que el de mujeres. Mientras que tres de cada cuatro hombres mayores de 64 años viven con su pareja (con o sin otras personas en el hogar), entre las mujeres solo lo hacen una de cada dos (gráfico 1). A su vez, el porcentaje de hogares unipersonales es mucho mayor entre las mujeres (casi una de cada tres), mientras que entre los hombres únicamente uno de cada seis vive solo.
Gráfico 1
Fuente: Elaboración propia a partir de EPAII/2017
Por otra parte, de los datos de la EPA se desprende también que el protagonismo de la convivencia entre generaciones es reducido a partir de los 65 años. Alrededor de uno de cada 4 mayores conviven con sus hijos, con o sin sus parejas. Además, en pocos casos esta convivencia se realiza también con los nietos (4,5% entre los hombres y 6,6% de las mujeres).
En cuanto a la evolución reciente, el elemento más destacable es el aumento de la independencia doméstica de los mayores (gráfico 2). El porcentaje de hombres mayores que viven solos aumentó entre 2007 y 2017 de un 10 a un 12% y entre las mujeres de un 27 a un 29%. Aunque a la vista de estos datos el incremento de los hogares unipersonales es modesto, el crecimiento de la convivencia únicamente en pareja ha sido algo mayor. Entre los hombres mayores, el porcentaje de los que viven solo con su pareja aumentó entre 2007 y 2017 del 51 al 56% y entre las mujeres del 32 al 36%.
Gráfico 2
Fuente: Elaboración propia a partir de EPAII/2017
Por el contrario, todas las formas de convivencia entre generaciones pierden peso en el tiempo analizado. Cabe destacar que no se encuentran evidencias de que durante la recesión el refugio en el hogar paterno haya actuado como solución frecuente ante situaciones de precariedad, puesto que no se aprecia ningún aumento de la convivencia con los hijos en todo el periodo.
«Este aumento de la independencia domiciliar de los mayores es un síntoma de las mejoras en su salud y autonomía, pero también de la expansión de centros de día, servicios de asistencia externos y arreglos de cuidados familiares desde fuera del hogar».
Por último, dada la heterogeneidad del grupo de mayores de 64 años, conviene analizar en qué tramos de edad esta notable independencia domiciliar tiene un mayor peso. Entre los hombres, la convivencia exclusivamente con la pareja aumenta con la edad, alcanzando el máximo a los 77 años, edad a la que el 65% de los hombres tienen esta forma de convivencia (gráfico 3). A partir de esa edad, el porcentaje en esta situación decrece y a los 90 años o más ya solo un tercio de los hombres que viven en hogares familiares convive solo con su pareja. Por otra parte, entre las mujeres esta situación domiciliar empieza a perder peso ya desde los 68 años, cuando algo menos de las mujeres viven solo con su pareja. La disminución con la edad de esta forma de convivencia entre las mujeres es muy acusada, de forma tal que en el grupo de 90 y más ya solo un 4% continúa viviendo solo con su pareja.
Gráfico 3
Fuente: Elaboración propia a partir de EPAII/2017
Por otro lado, a la luz de la evolución por edad recogida en el gráfico 3, el peso de los hogares unipersonales, aunque creciente con la edad, se mantiene entre los hombres siempre por debajo del 22%. Sin embargo, entre las mujeres, el protagonismo de este tipo de hogar aumenta rotundamente con la edad, desde un 17% a los 65 años hasta un 44% a los 86. A partir de ahí pierden peso a favor del incremento, sobre todo, de la convivencia con hijos pero sin nietos, que a partir de los 86 años es la segunda forma de convivencia más importante entre las mujeres. Al final de la vida, coincidiendo con la pérdida de autonomía y la necesidad de más cuidados, la convivencia en familia es más frecuente. A partir de los 89 años, alrededor del 54% de las mujeres están conviviendo con familiares. Entre los hombres en el mismo tramo de edad este porcentaje se reduce al 42%.
A pesar de esta recuperación de la convivencia en familia en las edades más avanzadas, cabe destacar que aún un 38% de las mujeres y un 22% de los hombres de 90 años o más viven solos. Este aumento de la independencia domiciliar de los mayores es un síntoma de las mejoras en su salud y autonomía, pero también de la expansión de centros de día, servicios de asistencia externos y arreglos de cuidados familiares desde fuera del hogar.
[1] Quedan excluidas de este análisis las personas que viven en hogares no familiares como residencias de ancianos. Según datos recogidos por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el portal En-Red, el número de plazas en residencias se situaba en 2013 en el entorno de las 350.000.
Información disponible en: Envejecimiento en Red (2014). “Estadísticas sobre residencias: distribución de centros y plazas residenciales por provincia. Datos de diciembre de 2013”. Madrid, Informes en Red, nº 7. [Fecha de publicación: 20/02/2014].