La escalada de costes de producción que se propaga a través del planeta, y ahora se amplifica con el encarecimiento del petróleo, representa el mayor desafío a corto plazo para la recuperación en los países importadores como el nuestro. Hasta ahora el debate se ha centrado en las consecuencias para la inflación, con unos bancos centrales que envían señales tranquilizadoras a los actores de la economía, mientras que éstos empiezan a percibir los costes del repunte de precios y se preguntan si el fenómeno es totalmente transitorio, como prometen los expertos monetarios. Habrá que redoblar esfuerzos, porque la inflación está ya en el 4% en España, y se acerca rápidamente a esas cotas en la eurozona.
Además, ojo con una de las derivadas del shock de costes: la competitividad. Esta es una cuestión crucial, porque todos los anteriores episodios inflacionarios en España han resultado ser más virulentos que en otros países, provocando un fuerte deterioro de la posición competitiva y del saldo exterior.
De momento, este no parece ser el caso, afortunadamente. Bien es cierto que nuestro aparato productivo se resiente: los precios de los suministros importados se incrementan a un ritmo muy superior al de los precios que se pueden pedir a los clientes (en agosto, último dato disponible, los precios de importación crecieron a un ritmo anual del 14%, tres puntos más que los precios de exportación, fundamentalmente a causa del encarecimiento de la energía).
Sin embargo, la inflación de precios de importación no ha sido suficiente para desequilibrar las cuentas externas. El saldo externo se acerca a 9.000 millones (con datos acumulados entre enero y julio), en torno a la mitad de los niveles récord prepandemia, pese al lastre de un turismo todavía mermado.
El auge exportador es la principal explicación de la sólida posición externa. Las exportaciones se expanden a un ritmo sostenido, y ya se sitúan por encima de los valores pre-crisis tanto en valor (+17,7% en julio en relación a diciembre de 2019), como a precios constantes (+9,3%). Este está siendo uno de los mejores registros en Europa, superando netamente a la locomotora alemana, a Francia y sobre todo a un Reino Unido trastornado por el Brexit. Solo Italia mejora (ligeramente) nuestro resultado. Las importaciones también se incrementan, pero a un ritmo inferior pese al fuerte repunte de los precios de los suministros comprados en el exterior. De ahí el balance positivo.
Fuentes: Eurostat, Markit Economics y Funcas.
Otra tendencia favorable es la inversión directa extranjera, con una inyección de capital en nuestro tejido productivo de 19.400 millones entre enero y julio, muy superior a los valores de 2019. Es posible que la reconfiguración de la globalización que se está produciendo tras la pandemia nos esté favoreciendo. Las empresas acortan las cadenas de valor, excesivamente fragmentadas y dependientes de suministros provenientes de países alejados de los principales lugares de consumo.
En ese puzle mundial en recomposición, nuestra economía posee algunas importantes bazas. La estructura productiva es relativamente competitiva de cara a los procesos de relocalización, en sectores clave como la química, el automóvil y los bienes de equipo. Es un hecho que éstos son los que están liderando las ventas en el exterior. Otro activo es la imbricación en un mercado europeo que intenta reducir su dependencia del abastecimiento desde Asia. Este movimiento pendular se está aprovechando, como lo muestra el fuerte incremento de nuestra cuota exportadora en la Unión Europea. Finalmente, la mano de obra disponible es abundante, y de momento no asistimos a un bucle precios-salarios, a la inversa de otros socios europeos que se acercan al pleno empleo.
Para mantener estos atractivos es crucial mejorar la productividad que todavía lastra muchas pequeñas empresas, así como reformar los mercados eléctricos y las políticas de colocación de personas en paro o en la inactividad. Y evitar que los precios internos tomen el mismo ascensor que los costes externos, como ocurrió en tiempos pasados con las consecuencias nefastas que ya conocemos.
INFLACIÓN | El IPC se incrementó en septiembre un 4% con respecto a un año antes, según el indicador adelantado del INE. Esto es seis décimas más que el avance de Eurostat para el conjunto de la eurozona, lo que apunta a un diferencial desfavorable para España. La brecha se explica sobre todo por el alza del precio de la electricidad, especialmente intenso en nuestro país. Descontando la energía y los alimentos no elaborados, el IPC subyacente aumenta a un ritmo anual del 1%, casi la mitad que en la eurozona.
Este artículo se publicó originalmente en el diario El País.