En el último lustro, el desarrollo tecnológico ha avanzado a una velocidad vertiginosa, impulsado por la inteligencia artificial y el ecosistema cripto. Estas tecnologías están redefiniendo el panorama económico y geopolítico global. Sin embargo, mientras Estados Unidos acelera su apuesta por la desregulación, sobre todo bajo el ala de las políticas de Donald Trump, Europa se encuentra ante una encrucijada: adaptarse o quedar relegada. Para una gran parte de analistas, la IA es el nuevo petróleo del siglo XXI. El tiempo confirmará o no una aseveración de este alcance, pero ya nada será igual en el contexto tecnológico y económico.
Desde hace casi tres años, con la aparición de ChatGPT de OpenAI y todo el tsunami tecnológico que ha venido después, la IA ha dejado de ser una promesa futurista para convertirse en una infraestructura estratégica. Modelos de lenguaje como GPT-4 (y el próximo GPT-5) y su evolución hacia sistemas multimodales han empezado a integrarse en sectores tan variados como la salud, la educación, la defensa y las finanzas. La automatización de tareas cognitivas, la generación de contenido y la toma de decisiones basada en datos han transformado radicalmente la productividad y las capacidades de individuos, empresas e instituciones.
En este contexto, Estados Unidos ha logrado mantener su hegemonía, en parte gracias a su ecosistema de capital riesgo, sus universidades punteras y el papel de tecnológicas como OpenAI, Google o Perplexity. China, por su parte, avanza con fuerza con sus propias plataformas de IA, como la conocida DeepSeek, con costes mucho menores, aunque bajo un modelo mucho más intervencionista. La UE, en cambio, continúa mostrándose cautelosa y con mensajes confusos sobre su estrategia. Su enfoque regulador, ejemplificado por la Ley de IA de la Unión Europea, intenta equilibrar la innovación con la protección de los derechos fundamentales. Aunque sus intenciones sean loables, este marco puede ralentizar –y, de hecho, lo está haciendo– la adopción de IA frente a sus rivales que ya experimentan a gran escala sin tantas restricciones.
Otro elemento tecnológico con gran potencia disruptiva, el mundo cripto, ha vivido varios ciclos de entusiasmo y cierto colapso, pero su potencial transformador sigue estando ahí. La tecnología blockchain permite la creación de sistemas descentralizados, transparentes e incorruptibles, con aplicaciones que van desde las finanzas hasta la gestión de la cadena de suministro. Lo que ha cambiado en el tablero global, son los recientes avances desregulatorios en Estados Unidos. A pesar de las numerosas advertencias en el pasado de la SEC (Securities and Exchange Commission), el Ejecutivo republicano ha promovido una visión más liberal en cuanto al desarrollo de productos financieros cripto, especialmente las stablecoins y plataformas DeFi (finanzas descentralizadas).
La reciente norma, conocida como Genius Act, reordena prioridades legales y conlleva comprometidos riesgos entre regulación, mercado y potencialmente dinero público. Esta posición parece responder tanto a intereses económicos –atraer inversión, fomentar la innovación– como a una voluntad política de contrarrestar el poder de China en el terreno monetario digital. Se aspira a que Estados Unidos siga liderando la “nueva revolución industrial”. Sin embargo, es una visión muy optimista de los efectos de la desregulación del ecosistema cripto. Los críticos señalan que se puede generar una burbuja tecnológica aún más peligrosa que la del año 2000. Asimismo, sin reguladores activos, los consumidores quedan más expuestos, y los sistemas descentralizados pueden convertirse en herramientas para actores maliciosos. Y aumenta la inestabilidad financiera. Y lo que es más, la combinación entre IA y tecnologías cripto puede permitir que aplicaciones financieras de IA actúen de modo opaco, sin rendir cuentas, y con capacidad para alterar mercados o financiar actividades ilícitas. El desafío es de gran calado técnico, ético y político. ¿Quién controla a los operadores cuando estos son inteligencias artificiales sin rostro?
Y en este contexto, ¿dónde queda Europa? El riesgo de quedar descolgado el Viejo Continente es evidente a pesar de contar con universidades prestigiosas, centros de excelencia en investigación como el CERN, y empresas innovadoras. Su excesivo enfoque regulador puede actuar como freno a la competitividad. Además, la falta de un mercado único digital verdaderamente cohesionado limita las posibilidades de escalar soluciones rápidamente, como sí ocurre en Estados Unidos o China. Las startups europeas se ven obligadas frecuentemente a migrar para poder crecer, llevándose con ellas talento e innovación. En todo caso, los excesos de EE. UU. pueden dar una oportunidad a Europa si se gestiona adecuadamente: ser el garante global de una tecnología ética, segura y sostenible, lo que podría atraer a empresas y usuarios que desconfían del desbarajuste regulatorio estadounidense o del control autoritario chino. Este modelo híbrido, sin ser ingenuo ni excesivamente burocrático, permitiría a Europa liderar desde el equilibrio.
La combinación de IA y cripto promete reinventar la economía y la sociedad, pero también plantea enormes desafíos. Estados Unidos, con Trump a la cabeza, ha optado por la vía del riesgo y la innovación sin cortapisas. La UE, por el contrario, quiere marcar límites antes de avanzar. La pregunta clave es si esos límites son freno o guía. La respuesta determinará el lugar que ocupará cada bloque en la próxima década. Aún tiene una oportunidad de liderazgo en las reglas del juego global, pero para ello necesita algo más que regulaciones: audacia, inversión estratégica y una visión tecnológica alineada con sus valores, pero también con la velocidad del presente. Porque en el mundo de la IA y el cripto, quien se detiene, se hace irrelevante.
Este artículo se publicó originalmente en el diario Cinco Días