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La banca frente a la disrupción digital

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La disrupción digital en la banca promete un incremento generalizado en la eficiencia y los servicios, ya que contribuye a superar las asimetrías de información (mediante el big data y las técnicas de IA), ofrece una atractiva interfaz al consumidor y un mayor estándar de servicio, y conduce a la sustitución de tecnología obsoleta. La banca avanza hacia un modelo centrado en el cliente. Todo esto plantea desafíos formidables para los operadores tradicionales, ya que se ven obligados a actualizar sus plataformas tecnológicas (pasando de mainframes relativamente rígidos a una nube más flexible) y a reducir su exceso de capacidad en sucursales en el actual entorno de baja rentabilidad (especialmente, en Europa y Japón), y además tendrán que intentar ofrecer el nuevo estándar de servicio en competencia con nuevos participantes que están invadiendo sus segmentos de negocio más rentables. Deberán llevar a cabo una profunda reestructuración y se producirá la consolidación. Los operadores tradicionales soportan intensos controles y obligaciones de cumplimiento normativo, y deberán superar el tremendo daño reputacional sufrido a causa de la crisis financiera de 2007-2009. Afrontan un dilema de si competir cara a cara o cooperar con los nuevos participantes. En el caso de las fintechs, este dilema se resuelve mediante su adquisición o estableciendo asociaciones con ellas.

En el caso de las bigtechs, los operadores tradicionales afrontan una situación potencialmente más delicada. La principal amenaza para ellos es que las bigtechs intenten controlar la interfaz con los clientes mediante su superioridad en base de clientes (datos) gracias a su papel de guardabarreras en la distribución de productos financieros. Si esto llegara a suceder, los bancos tradicionales quedarían relegados a proveedores de productos en plataformas que no controlan, esto es, se produciría una mercantilización de su negocio. Algunos bancos, conscientes de esta amenaza, ofrecen plataformas abiertas que pueden incorporar productos de otros proveedores financieros, o han establecido asociaciones con bigtechs. En cualquier caso, los operadores tradicionales cuentan con algunas fortalezas que pueden aprovechar, como la confianza de los clientes para mantener a salvo sus datos, así como su conocimiento acumulado sobre la gestión de la complejidad y los marcos regulatorios restrictivos. Los operadores tradicionales que consigan prosperar serán los que logren pasar del mainframe a la nube, tengan pocas sucursales y mucho capital humano, y o bien se conviertan en plataformas digitales para mantener la interfaz con el cliente, o bien cuenten con productos exclusivos en las plataformas de distribución a los clientes.

Las firmas BigTech entrarán en los servicios financieros debido a la complementariedad de estos con los datos de clientes que poseen y los productos que ofrecen, como muestra el ejemplo de China. El grado en el que lo hagan dependerá en gran medida del tratamiento regulatorio que reciban. De hecho, cabe que los reguladores prudenciales no les permitan adquirir una licencia bancaria completa debido a la posible contaminación entre sus actividades bancarias y no bancarias, que generaría riesgos sistémicos. En términos generales, la mayoría de los nuevos participantes se muestran reacios a solicitar una licencia bancaria por los costes de compliance que ello implica. Los bancos tienen acceso a una financiación más asequible, ya que pueden aceptar depósitos bajo la cobertura de programas de seguro público, si bien son objeto de intensos controles.

No hay duda de que el impacto inmediato de la disrupción digital será una erosión de los márgenes de los operadores tradicionales y un aumento del acceso a los mercados bancarios. El impacto a largo plazo dependerá de la estructura de mercado que acabe imponiéndose. La banca podría pasar del oligopolio tradicional a una nueva estructura con un número reducido de plataformas dominantes que controlan el acceso a una base de clientes fragmentada si unas pocas BigTechs, en colaboración con algunos operadores tradicionales transformados en plataformas, consiguieran monopolizar la interfaz con los clientes y hacerse con las rentabilidades en el sector. Un factor clave para mantener un mercado suficientemente competitivo será que las personas dispongan de la propiedad y de la portabilidad de los datos, y que exista interoperabilidad entre plataformas, de modo que el cambio de proveedor para los clientes sea fácil.

En la medida en que las ventajas en términos de eficiencia —información mejorada, tecnologías de filtrado (screening), operativa simplificada y menor apalancamiento— sean los principales motores de la entrada de las BigTechs, se producirá un aumento de la eficiencia y de la inclusión financiera en el sector financiero. Este efecto será especialmente pronunciado si, en respuesta a su entrada, los operadores tradicionales mejoran su eficiencia mediante reestructuraciones y la adopción de tecnologías más avanzadas. No obstante, si las fuerzas que impulsan la entrada de las BigTechs giraran en torno al poder de mercado, el aprovechamiento de lagunas regulatorias y los efectos de arrastre de externalidades de red con fines de exclusión, entonces la eficiencia del sistema bancario podría resultar mermada en el largo plazo.

«La escasa regulación de los nuevos participantes en la industria podría fomentar la competencia, pero esto también podría desestabilizar a los operadores tradicionales, al reducir su rentabilidad e incrementar sus incentivos para asumir riesgos»

La disrupción digital también supone un desafío formidable para los organismos reguladores. Deberán adaptarse al mundo digital facilitando la competencia y permitiendo que los beneficios de la innovación calen en el sistema, al tiempo que protegen la estabilidad financiera. Para ello, estos organismos deberán coordinar la regulación prudencial y la política de competencia, para que el cumplimiento normativo no se convierta en una barrera de entrada y la propia entrada no devenga un factor desestabilizador. La escasa regulación de los nuevos participantes en la industria podría fomentar la competencia, pero esto también podría desestabilizar a los operadores tradicionales, al reducir su rentabilidad e incrementar sus incentivos para asumir riesgos, transfiriendo la generación de riesgo sistémico a las entidades no bancarias.

Los reguladores deberán mantener unas condiciones equitativas entre participantes en el mercado, potenciando la innovación y manteniendo la estabilidad. Sin embargo, mantener unas condiciones equitativas es algo más fácil de decir que de hacer, atendiendo a la asimetría existente en los requisitos de intercambio de información de clientes en la banca abierta estipulados en la Directiva PSD2 (en relación con los operadores tradicionales) y el RGDP (que se aplica a los participantes no bancarios). La clave para mantener unas condiciones equitativas es permitir la interoperabilidad de datos entre los distintos proveedores de productos y servicios.

«Las preocupaciones en materia de protección del consumidor pasan a un primer plano. Los reguladores deberán, por ejemplo, determinar quién controla los datos (en este sentido, la UE parece ir por delante) y garantizar la seguridad cuando se realizan transacciones en las plataformas».

Los reguladores también deberán estar alerta ante las nuevas formas de riesgo sistémico. Por ejemplo, si la banca evolucionara hacia un sistema basado en plataformas, el riesgo de que se planteen problemas sistémicos derivados de ciberataques y filtraciones masivas de datos pasará a un primer plano. Además, las posibilidades de generar riesgos sistémicos por la contaminación entre las actividades bancarias y no bancarias aumentarían, así como el riesgo de quiebra de terceros proveedores. La decisión sobre qué actividades mantener dentro del perímetro normativo de los bancos tendrá consecuencias, ya que, si bien la regulación en función del ámbito de actividad puede fomentar la innovación y la igualdad de condiciones, son las entidades, y no las actividades, las que quiebran y pueden generar riesgos sistémicos.

Las preocupaciones en materia de protección del consumidor pasan a un primer plano. Los reguladores deberán, por ejemplo, determinar quién controla los datos (en este sentido, la UE parece ir por delante) y garantizar la seguridad cuando se realizan transacciones en las plataformas. Asimismo, tendrán que tomar en consideración que la tecnología digital permite una mayor capacidad de discriminación por precios, lo que también exige que se refuerce la protección del consumidor. Debe fomentarse especialmente el uso de la tecnología digital de una forma transparente que atenúe los posibles sesgos de comportamiento de consumidores e inversores. La transparencia en las condiciones a la hora de tratar con clientes es y seguirá siendo una ventaja competitiva de los bancos digitales que debería impregnar a todo el sector.

En conclusión, la regulación tiene que estar a la altura del reto de garantizar que la capacidad disruptiva de las nuevas tecnologías y plataformas para mejorar el bienestar se materialice en beneficios para los consumidores y las empresas, sin poner en peligro la estabilidad financiera.


Esta entrada es un resumen del artículo ‘La banca frente a la disrupción digital’, disponible en el número 162 de Papeles de Economía Española: La gestión de la información en banca: de las finanzas del comportamiento a la inteligencia artificial

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